Hoy se ha abierto al público, con limitaciones, el Pazo de Meirás. Imagino que habrá bastante gente interesada en verlo, en descubrir cómo son las estancias donde Franco pasó unos cuantos veranos. Desde ahora les adelanto que no soy uno de ellos. No me interesa lo más mínimo conocer esa casa, ni por dentro ni por fuera. Y no será porque no cargo con mi dosis de mitomanía, que no es precisamente pequeña.
Pero resulta que esa mitomanía se alimenta de aquellos lugares en los que un día estuvieron personas -en general, escritores, músicos, pintores, solo algunos políticos- con las que me identifico de alguna forma o a las que admiro. O que tuvieron una importancia crucial en el devenir de la Historia, aunque me resulten antipáticos. El Pazo de Meirás no cumple ninguna de esas condiciones, así que no me interesa.
No sé si las cosas funcionan así en todos los casos. Yo he visitado con respeto reverencial y me he hecho fotos allí donde era posible -nunca tomo una imagen si está prohibido o creo que puedo molestar a alguien- en lugares como la tumba de Maquiavelo o el despacho donde fue asesinado León Trotski; en la puerta de la casa donde murió Chaikovski y frente a la casita del callejón de los Alquimistas donde Kafka se retiraba a escribir por la noche, tras salir de su oficina. No he resistido la tentación de visitar la casa natal de Mozart ni de recorrer el pequeño espacio en el que vivió sus últimos meses en (teórica) libertad Anna Frank. Me he emocionado en el cementerio judío de Praga y entre las paredes donde sufrió Frida Kahlo. He tomado cafés en el Florián, Les Deux Magots, el Central y unos cuantos más, tratando de percibir la sombra de Wagner, Sartre, Alma Mahler o Lenin.
Ignoro si Internet terminará también con la mitomanía real para sustituirla por la virtual. ¿Quien ha visitado la Capilla Sixtina viéndola hasta en su detalle más nimio gracias a la espléndida web del Vaticano quiere ver luego el espacio real, abarrotado de turistas y contemplando en la distancia las pinturas? ¿Querré ver Auschwitz si hay una web que me permite una visita muy completa y sin tener que pelearme por entrar en algunas salas con centenares de turistas ruidosos? ¿Tendré interés en esperar colas de muchos minutos para entrar en la casa de Anna Frank si puedo pasear por la misma simplemente moviendo un ratón?
Me temo que la mitomanía también está en pleno proceso de transformación.
(La imagen está tomada de la casa natal de Mozart, en Salzburgo)