Hay una señorita paseándose estos días por los platós y las páginas de los diarios que no sabe cuántos países hay en la península ibérica, y al parecer tampoco lo sabían los guionistas o los tertulianos de un conocido programa cultural de la TV. Y hoy otro programa ha sacadouna reportera a la calle y hemos descubierto que mucha gente ignora en qué año empezó la Guerra Civil. Por cierto, que nadie parecía muy agobiado por ello, por haber sido cogidos en tan clamorosa falta.

Creo que la razón es que se está instalando entre nosotros una tendencia completamente perniciosa: la de presumir de ignorancia. Expresiones como “ni lo sé ni me importa” dichas por alguien que acaba de reconocer que desconoce en qué año empezó la Segunda Guerra Mundial o quién fue el presidente de Gobierno español que hizo la Transición, desvelan muchas cosas. La primera, el nivel cultural medio que tenemos. La segunda, que además no nos avergonzamos de nuestras carencias.

Hace muchos años, cuando la escolarización era precaria y había gente que no había tenido la suerte de terminar siquiera los estudios primarios, la ignorancia era algo que se trataba de disimular o que se disculpaba solo en razón de esa falta de oportunidad para concluir el ciclo escolar. Pero ahora, cuando tal falta de medios no existe y por tanto es imperdonable ese absoluto desconocimiento de casi todo, resulta que hay quien alardea de ello. Resulta que es similar motivo de orgullo tener un alto nivel cultural que no saber hacer la O con un canuto. Incluso más: mientras las personas verdaderamente sabias con frecuencia son humildes y nunca tratan de apabullar a nadie con sus conocimientos, los ignorantes exhiben sus carencias para que todo el mundo las conozca. Decía Santos Discépolo en 1935 que “es lo mismo un burro que un gran profesor” . Las cosas han empeorado: hoy un burro ocupa más espacio en los medios, al menos en algunos, que un gran profesor.