Recordarán que hace unas semanas comenté aquí mismo que este año se daba la circunstancia infrecuente de que el día 23 de abril es Sábado santo. Y el 23 de abril es el día del libro. Les decía que no parece la mejor fecha para montar los tenderetes en la calle y organizar los actos habituales, dado que mucha gente está de vacaciones y probablemente lo que más le apetece no es pasar por allí, renunciando de esa forma a la playa, el paseo por el monte o la exploración de esa ciudad en la que nunca antes ha estado.
En algunas capitales ya han anunciado que trasladan la festividad del libro a otro día. En Barcelona, donde Sant Jordi es fiesta mayor, han decidido dejarlo como está. Es decir, confían en el tirón del libro y consideran que los vecinos de la ciudad que están fuera se pueden ver compensados por los turistas que se encuentren en la ciudad y a los que piensan atraer a los puestos.
Me parece una apuesta de riesgo, pero al mismo tiempo demuestra la gran confianza del sector en sus clientes, los lectores. Creo que la decisión parte de considerar que hay un público que está atraído por la lectura y al que no afectan las circunstancias que rodeen la festividad. Y pienso que esperan también en que los turistas se verán atraídos por el espectáculo cultural montado alrededor, con autores en las casetas, conferencias y coloquios.
Hay algo de envidia en este comentario. Allí saben el riesgo que corren, pero lo asumen porque creen que les va a salir bien. Estoy seguro de que en Bilbao (donde se celebrará el día 15) dejar la festividad el 23 sería un fracaso. Ya sé que no es cuestión solo de hábitos lectores, porque no creo que estemos lejos de Cataluña en ese aspecto. Es más bien una cuestión de prestigio del sector. Y ahí sí estamos muy lejos.