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César Coca

Divergencias

El mendigo lector

La crisis ha hecho que el número de mendigos y vagabundos que se ven por la calle crezca de forma notable. Los hay que piden a la puerta del supermercado, sentados en una sillita y con cara de tener infinita paciencia; los hay que ponen su cartel, a poder ser repleto de faltas de ortografía, indicando que necesitan dinero para volver a su país o para alimentar una larga prole; abundan también los que aprovechan los semáforos para pasar la boina entre los conductores tras haber hecho juegos malabares o números de mimo (lo de limpiar los cristales del coche está muy visto). Hace un par de días vi a una persona con un cartel en el que avisaba a quienes tuvieran voluntad de darle algo de que aceptaba comida. No es habitual, y hasta he conocido alguno que la rechazaba airado. “¡Oiga, que no estoy tan necesitado”, le oí decir.

La pasada semana tropecé con un caso singular: un hombre de algo más de treinta años, bastante sucio, estaba sentado en el suelo, a la puerta de una oficina bancaria. A su lado, un pequeño cesto con unas monedas. Hasta ahí, nada nuevo. Lo llamativo era que, ajeno al paso de las personas que podían darle algo, como si no le importara que dejaran algo en su cesto, leía con gran atención un libro de dimensiones más que notables. Le calculé no menos de 700 páginas. No me atreví a preguntarle qué leía y ahora me arrepiento. Podía haber escrito algo con esa historia. Y, sobre todo, habría alcanzado a comprender algo más sobre lo extraños que somos los humanos.