Esta noche, Telecinco estrena un telefilme sobre el accidente del avión de Spanair, ocurrido hace ahora dos años. Como ustedes saben, los familiares de los fallecidos y los supervivientes han mostrado sus quejas por lo que consideran “brutal agresión a los que no están y a nuestros derechos como personas, supervivientes y afectados”. Piden que no se emita hasta que no se celebre el juicio y se establezcan las responsabilidades sobre lo sucedido. Recordarán que 154 personas murieron al estrellarse el avión, que volaba de Madrid a Las Palmas, unos segundos después del despegue.

No he visto el telefilme, como supongo que sucederá a la mayor parte de las víctimas y sus familiares. Es decir, lo que sigue es una reflexión sobre la libertad de creación.

Lo primero de todo es que entiendo el dolor de los afectados. Por supuesto. Pero no puedo compartir su petición de aplazar la emisión hasta que se hayan determinado las responsabilidades. Y no puedo porque si se hiciera siempre así habría muchos temas sobre los que no se podrían escribir novelas o hacer películas. ¿Se sabe todo, hasta el último detalle, del 11-S? Creo que no. Y se han escrito algunos miles de páginas y filmado horas de películas y telefilmes sobre el asunto.

Todavía hay aspectos sin resolver del 23-F. Y sobre la muerte de Marilyn. No se sabe casi nada acerca del crimen de Los Galindos. Y no han dejado de hacerse películas y libros por ello. Otra cosa es que sean buenos o malos, ajustados a la realidad (conocida) o disparatados. Que traten con respeto a las víctimas o que pongan sal en el herida. Pero la libertad de creación es precisamente eso: libertad para escribir o hacer una película sobre cualquier cosa, por dolorosa que sea.

Quizá mañana, una vez emitida la serie, tenga que decir que fue lamentable. Pero eso no me llevará a defender que su emisión debería haberse postergado o prohibido.