Los juegos de azar son fascinantes porque su esencia se basa en suprimir el azar. Se trata de pensar que hay un orden en el caos e intentar descifrarlo. Aunque en el último momento, cuando la mano ya se ha vuelto incontrolable, la única aspiración de un jugador es que el caos exista. Por eso se cree en la suerte.
En unos días se estrenará en España la película «21 », basada en un equipo de matemáticos que reventó varios casinos jugando al blackjack, un juego de naipes que sería como el siete y media español pero con mucho más glamour y misterio. Resumiendo –para los neófitos, que los expertos me perdonen– se trataría de conseguir puntuaciones de 21 con una baraja francesa en la que las figuras valen diez y los ases once o uno, según convenga al jugador. El resto de cartas conserva su valor.
Si alguno de ustedes ha leído una de las biblias españolas sobre casinos, –el libro «La fabulosa historia de los Pelayos»– recordará que uno de los consejos que daba Gonzalo García-Pelayo es no jugar al 21. Según sus cálculos, la posibilidad de obtener grandes ganancias en este juego son mínimas en comparación con el póker o la ruleta. Es un consejo de expertos. Después de todo, los Pelayos desplumaron salas de juego por todo el mundo.
El blackjack no ha tenido tanta literatura como el póker, pero el otro día descubrí a uno de sus héroes y su historia me pareció una de las más interesantes dentro el mundo del juego. Les presento a Ken Uston .
Ken Uston, era un jugador que procedía del mundo de las matemáticas. Llegó a ser uno de los principales directivos de una empresa telefónica norteamericana y en los años 70 lo dejó todo para convertirse en uno de los mejores jugadores del mundo de blackjack. Consiguió crear un sistema de contar las cartas que obligó a los casinos a introducir cambios en las forma de jugar para intentar detener la sangría de dólares que Uston y sus compinches abrían en las mesas de juego. Como tenían vetada la entrada en algunos locales, tenían que jugar disfrazados (la foto que abre este comentario) y recurrir a todo tipo de estratagemas para poder sentarse a una mesa de apuestas. Escribió decenas de libros sobre cómo forrarse con el 21. El, como los Pelayos, había demostrado que se podía vencer al casino. Sabían que se podía luchar contra el azar.
El juego en general era una de las obsesiones de Uston. Por ello, y por su conocimiento de la incipiente informática de consumo masivo, escribió un libro básico sobre cómo ganar al Pac-man. Nuestro ‘comecocos’. También teorizó sobre los videojuegos y predijo que se convertirían en uno de los principales productos de ocio del siglo XXI. También era un enamorado del piano y, en especial, devoto del jazzista Errol Garner. En 1986, el Gobierno de Kuwait le contrató para que crease un programa que permitiera controlar todas las inversiones que el país del Golfo había repartido por el mundo. Uston, acostumbrado a el mundo del juego y su entorno –sexo, alcohol, dinero a mansalva, emociones desbordadas– , no aguantó mucho en un aburrido país islámico y se refugió en París. El 19 de septiembre de 1987 fue encontrado muerto en su apartamento de la capital francesa.
Su muerte tiene un toque conspirativo pero la autopsia diagnóstico un infarto. La historia de Uston es una historia sobre las obsesiones y la genialidad. Era un genio y quizás por eso no consiguió ser plenamente feliz. Su corazón acabó diciéndole que no se puede vencer al azar.