Es el tema de las últimas semanas y vuelve a la palestra porque hay algunos intentos en curso de parar la medida antes de que entre en vigor. Se trata de la subida del IVA a numerosos productos culturales. En realidad, a casi todos salvo los libros. Eso nos colocará como el país de nuestro entorno que más impuestos ha establecido en el campo de la cultura, un honor ciertamente dudoso.
Otra cosa son esos estudios rozando lo apocalíptico donde se habla de cierre de cines, salas de conciertos, discotecas y demás. Y encima se dan cifras concretas de cierres, que es lo que más llama la atención. Que alguien pueda saber exactamente cuántos cines echarán la persiana porque suba el IVA. Ya saben ustedes que concedo una credibilidad más bien escasa a esos vaticinios. Una cosa es que la subida del IVA sea un desastre para el sector y otra que alguien mire la bola de cristal y diga exactamente qué efecto va a tener cuantificándolo con todo detalle. Esto me recuerda a un peluquero -otro sector afectado por la subida de impuestos- que aseguraba que como el IVA va a crecer 13 puntos y su margen de beneficio es del 12% entrará en pérdidas. Un disparate económico, a menos que él cargue con la repercusión íntegra del impuesto, cosa que en la misma entrevista decía que no iba a hacer. En fin, que con esos cálculos se hacen muchos pronósticos.
Dicho todo eso, me pregunto también qué cara se les queda a los responsables de los departamentos de Cultura cuando los gobiernos de los que forman parte adoptan medidas muy lesivas para el sector. Y esto me vale para una brutal subida de impuestos o para un no menos brutal recorte del gasto de su departamento. Miren a cualquier sitio: ha sucedido en gobiernos centrales y autonómicos, diputaciones y ayuntamientos. Me parece que la única salida de quien ocupa un cargo así ante una situación de ese tipo es dimitir. Si yo fuera ministro, diputado, concejal, consejero o lo que sea y mi gobierno adoptara una medida tan dañina contra el sector que es mi competencia no podría seguir ni un minuto en el cargo sin que se me cayera la cara de vergüenza. Pero en este país no se usa demasiado el verbo dimitir. Una pena.