“Escribo por el arte que inventaron/ los que el vulgar aplauso pretendieron;/ porque, como las paga el vulgo, es justo/ hablarle en necio para darle gusto». En Arte nuevo de hacer comedia, Lope de Vega desveló las claves de la escritura teatral y el secreto de su gran éxito en ese género. Pocos autores han sido tan sinceros al explicar su manera de trabajar. Ninguno ha gozado de tal fervor popular ni ha construido una obra tan impresionante. Félix Lope de Vega Carpio, el Fénix de los ingenios, el autor más prolífico que ha dado la literatura en general y el teatro en particular, fue una figura señera del Siglo de Oro español. La película Lope, que se estrenó ayer, puede contribuir a hacer popular entre los más jóvenes la figura y la obra de un autor que para quienes superan los 45 años fue lectura imprescindible en la escuela y referencia central, junto a Cervantes, Quevedo y Velázquez, del período que concentra más talento artístico en toda la Historia de España.
Lope de Vega utilizó su propia vida como material preferente de sus obras. En ella están sus muchos amores y sus escasas experiencias guerreras, sus pasiones carnales, sus éxtasis místicos y sus relaciones no siempre buenas con los poderosos de su tiempo y sus colegas. Pero lo que cuenta con frecuencia no es del todo cierto, porque Lope hizo de sí mismo un personaje. Y como tal exageró sus virtudes y capacidades. La mejor prueba de ello es que en algún momento llegó a asegurar que había escrito alrededor de 1.400 obras teatrales. Parece una estimación muy por lo alto porque solo se han conservado 426 –de las que únicamente 314 son suyas con total seguridad; en el resto hay dudas más o menos importantes– y 42 autos sacramentales. No es que sea poco: eso supone escribir una media de ocho piezas al año, además de las novelas, los poemas y otros textos que también produjo en número elevado. Por eso, se atrevió a decir que, en materia de textos para la escena, «más de ciento, en horas veinticuatro, pasaron de las musas al teatro». Una hipérbole, por supuesto, pero no tanto.
Los misterios sobre su vida empiezan en el momento mismo de su nacimiento. Se sabe que Lope de Vega era hijo de un bordador y vino al mundo en Madrid a finales de 1562, pero se ignora la fecha exacta. Ni siquiera es del todo seguro que fuera de origen cántabro, como él mismo escribió.
Hizo sus primeros estudios en una escuela de la Compañía de Jesús y es probable que siguiera cursos de manera irregular en la Universidad de Alcalá. En su obra se encuentra alguna alusión a que más tarde se trasladó a la de Salamanca, pero eso parece una licencia literaria. Se sabe también a ciencia cierta que formó parte de una expedición naval que hizo una rápida campaña en las Azores, y de la Armada Invencible, aunque en uno de los buques que apenas se alejaron de la península.
A partir de ahí, sus batallas fueron más de alcoba que de espada, y su inclinación hacia las mujeres casadas le causó no pocos problemas. A los 21 años, nada más regresar de Lisboa, conoció al primer amor de su vida. Si nos atenemos al hecho de que medio siglo después escribió en La Dorotea una recreación de esa pasión casi juvenil, podría pensarse que Elena Osorio –el personaje que en el filme encarna Pilar López de Ayala– fue en realidad su gran amor. Era hija de un empresario teatral, se había casado muy joven y había dejado de convivir con su marido cuando conoció a Lope. Cuando tiempo después ella mostró su preferencia por un miembro de la alta sociedad, al joven escritor no se le ocurrió otra cosa que hacer circular por Madrid unos poemas de tono satírico. Nada nuevo: meses antes, todos los detalles de su amor habían corrido también por la ciudad en forma de verso. Pero en esta ocasión la sátira le costó el destierro.
Lope, que empezaba a hacerse un nombre en los corrales de comedias, curó su mal de amores casándose por poderes con Isabel de Urbina, el personaje de Leonor Watling en la película. Con ella vive primero en Valencia, luego en Toledo y más tarde en Alba de Tormes. Mientras, trabaja al servicio de algunos nobles y escribe sin cesar. En Alba de Tormes muere Isabel a consecuencia de un mal parto, y allí fallecen también las hijas habidas en el matrimonio.
El escritor se traslada luego a Madrid, donde es ya un autor famoso a quien el público pide obras de forma continua. «Es de Lope», se dice por toda explicación cuando alguien comenta la calidad de la obra a la que acaba de asistir. En esa ciudad mantiene dos relaciones simultáneas. Una con Micaela Luján –es a ella a quien escribe: «Que otras veces amé, negar no puedo»–, una mujer casada con la que tendrá cinco hijos. Dos de ellos, Marcela y Lope Félix, serán siempre sus predilectos. Otra con Juana de Guardo, con quien al parecer contrae matrimonio por dinero, y que le da otros cuatro hijos. Lope aún no ha cumplido los 40 años y es un autor de enorme éxito que se considera autorizado para escribir sobre la pasión: «Huir el rostro al claro desengaño,/ beber veneno por licor suave,/ olvidar el provecho, amar el daño;/ creer que un cielo en un infierno cabe,/ dar la vida y el alma a un desengaño:/ esto es el amor. Quien lo probó lo sabe».
Con apenas unos meses de diferencia, muere uno de los hijos habidos con Juana y la misma esposa, en otro mal parto. Por sorpresa, en 1614, a la edad de 51 años, decide ordenarse sacerdote. La pasión carnal se transforma durante un tiempo en misticismo. «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?», se pregunta en el primer verso de un bellísimo soneto. «Está la majestad de Dios tendida/ en una dura cruz, y yo de suerte/ que soy de sus dolores el más fuerte,/ y de su cuerpo la mayor herida», dice a modo de confesión.
Pero no es tan fácil alejarse de la vida mundana para quien ha sido uno de sus protagonistas durante tanto tiempo. Apenas dos años después de su ordenación, mantiene una aventura con una actriz. Un episodio breve que precede a otra gran historia de amor. Esta vez, la pasión la inspira una mujer a la que dobla la edad y que está… casada. Se trata de Marta de Nevares, que según las crónicas era culta y muy bella. El escándalo en Madrid fue mayúsculo y el poeta sufrió mucho. Sin embargo, nada de eso secó su inspiración. Su facilidad para el verso era tal –además de sus colecciones de poemas, la casi totalidad de su obra teatral está escrita de esta manera, como era habitual en la época– que incluso ironizó sobre ella. Lo hizo en el conocido Soneto de repente –«Un soneto me manda hacer Violante…»–, en el que va narrando verso a verso cómo construye la pieza, y en otros poemas, como el titulado ‘Dice el mes en que se enamoró’: «No salió mal este versillo octavo,/ ninguna de las musas se alborote/ si antes del fin el sonetazo alabo».
Marta de Nevares enviuda, y parece que la nueva situación va a acallar los rumores y por tanto serenar el espíritu del poeta. Pero no es así. La dama pierde la vista primero y la razón después, para morir con poco más de 40 años. Mientras, Lope de Vega no cuenta ya con el favor de ministros y aristócratas –al conde duque de Olivares no le gustan su obra ni su persona– y el pesimismo y la amargura invaden sus textos. Algunos de ellos van firmados por un heterónimo, Tomé de Burguillos, licenciado en Salamanca y personaje a contracorriente de las modas de su tiempo.
El poeta aún tiene que enterrar a su hijo del alma Lope Félix y ver cómo Antonia Clara, fruto de su relación con Marta de Nevares, abandona el hogar llevándose consigo las joyas y el dinero de la familia para fugarse con un joven seductor llamado Cristóbal Tenorio.
«Mi vida va volando, el tiempo corre,/ y mientras mi esperanza con vos viene,/ callando pasan los ligeros años». Lope es ya un anciano de 72 años. Ha escrito centenares de piezas, ha disfrutado del amor y del éxito, ha vivido aventuras y ha salido razonablemente bien de todas ellas. Ha cambiado el teatro de su tiempo, ha creado escuela (Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Vélez de Guevara…) y aún despierta la admiración de grandes escritores y artistas. Es el autor, y así lo reconocen todos, que mejor refleja la sociedad de la primera parte del siglo XVII; quien ha mezclado lo popular y lo elevado en la dosis justa. Quien mejor se ha servido, también, de leyendas, historias y canciones que corren de boca en boca para construir personajes y situaciones.
El 27 de agosto de 1635 muere en su casa de Madrid. Al día siguiente, el funeral se convierte en una enorme manifestación popular de duelo pese a que el acto organizado por el Ayuntamiento de Madrid es prohibido por la vida escandalosa que, sobre todo en sus últimos años, había llevado el poeta. A él, finalmente, se podían dirigir también los versos que escribió a una calavera de mujer: «¡Oh, hermosura mortal, cometa al viento!/ Donde tan alta presunción vivía,/ desprecian los gusanos aposento».
(Publicado en Territorios el 4 de septiembre de 2010)