Hace muchos años, cuando yo era niño, la Semana Santa era un tiempo de reclusión. El único espectáculo que podía verse en la calle era el de las procesiones. Los cines estaban cerrados casi en su totalidad, y los que permanecían abiertos daban viejas películas de historias bíblicas. En la televisión sólo emitían programas religiosos, más películas bíblicas y retransmisiones de procesiones de Málaga y Zamora. Así que eran días para, una vez vista alguna de ellas, recluirse en casa a comer potaje y leer. Quien tenía un equipo de música también podía escuchar discos; lo piadoso era poner las pasiones de Bach o por lo menos alguna obra vagamente sacra.
No siento añoranza por aquel tiempo. Creo que ni siquiera la siento por la niñez perdida. Lo único que echo en falta es disponer de un espléndida tarde sin nada que hacer para poder leer durante horas y escuchar esa música que serena el espíritu, al margen del sentimiento religioso de cada uno.