Esta historia comienza en la primavera de 1956. Frank Sinatra
está en España rodando la película ‘Orgullo y Pasión’, a las órdenes
de Stanley Kramer. Se aloja en el hotel Felipe II, en El Escorial.
Sinatra está siempre de mal genio y, cuando termina de rodar, bebe y
bebe. Varias noches, junto con su amigo, el ayudante de dirección
Perico Vidal, se dedica a lanzar las sillas del bar contra el retrato
de Franco. Algunos días están tan pasados que “ni siquiera aciertan al
marco del cuadro”, recuerda Vidal. La dirección del hotel y los
empleados se escandalizan y les advierten de que van a acabar en la
cárcel. Retengan este dato. Es importante.
La historia alcanza su clímax en el mismo
bar del mismo hotel pero una noche más tranquila. Frank descubre un
piano y se sienta frente al teclado con una copa en la mano. Sabe que
en Madrid vive Ava Gardner, la
mujer por la que se ha intentado suicidar en dos ocasiones y con la que
mantiene una de las relación más tormentosas que se recuerdan en
Hollywood. Sinatra sigue sentado al piano y entonces pide un teléfono.
“El cable llega de milagro hasta el piano”, cuenta Perico Vidal.
Entonces La Voz pide una conferencia con Madrid, con la casa de Ava.
Cuando alguien le responde, Sinatra dice”Hey, honey” y comienza a
cantar.
Todos sabían que estaba cantándole a Ava.
Durante cerca de una hora permaneció al piano, dedicándole a la actriz
las canciones más sentimentales de su repertorio. En el hotel, todos
callaban para escuchar el susurro de Sinatra. “Estábamos petrificados.
No nos atrevíamos ni a movernos para no interrumpirle”, continúa Vidal.
Entonces se abrieron las puertas del bar y allí apareció Ava. Llevaba
un abrigo de visón blanco, sin nada debajo. “Sinatra no se dio cuenta
de que llevaba una hora cantándole al vacío. Ni de que ella estaba
allí. Seguía cantando con la cabeza baja, pegada al teléfono. Entonces
ella llegó hasta él. Colgó el teléfono. Le tendió una mano y se lo
llevó. Así, sin palabras”, explica Vidal. Al día siguiente, La Voz no
acudió al rodaje.
Bien. Muy bien. Ahora avanzamos hasta el 2006. ¿Por qué no podemos
pensar que esa grabación existe y que se conserva en algún sótano de la
dirección general de Policía? ¿No había Sinatra desafiado a Franco? ¿No
era un elemento subversivo? Algún empleado del hotel se chivó de
aquellos concursos de puntería contra el bigote del dictador y entonces
decidieron pinchar todos los teléfonos del hotel Felipe II. Lo normal.
Estoy viendo esas cintas en una caja polvorienta, perdida bajo un
montón de legajos y fichas de comunistas. ¿No estamos removiendo los
papeles de Salamanca? Pues venga, que alguien busque esa grabación.
¿Qué hace la ministra de Cultura? Sería el disco del año, el mejor
disco de Sinatra, el más íntimo. Nos reconciliaría con los
norteamericanos. Ya están tardando en buscarlo.
En fin. La Noche del Visón Blanco existió. Marcos Ordóñez la relata en su libro “Beberse la vida. Ava Gardner en España“.
De él proceden los entrecomillados. Está recién editado en edición de
bolsillo y es imprescindible. Es una retrato magnífico de otra época y
de unas personalidades que casi han desaparecido. Vidal resume
ese ocaso al hablar de un tablao de Madrid. “Era uno de esos lugares en
los que podía pasar cualquier cosa, es decir, de los que ya no existen”.