Podríamos seguir con el tema de los premios, que da para rato, y hablar
de lo del Ciudad de Torrevieja, que están por ahí los blogs que echan
humor a cuenta del prolífico, muy prolífico ganador César Vidal, y del
finalista, de nombre y apellidos José Calvo Poyato, hermano de la
ministra de Cultura, y autor La orden negra, novela sobre los
nazis y el Santo Grial, que en esta ocasión se encuentra en el
Monasterio de Montserrat (sic). En fin, pasémos página.
El otro día hablaba por teléfono con un conocido historiador y se
lamentaba de la excesiva atención que prestábamos en el periódicos a
las «novelitas», y lo poco que atendíamos a estupendos libros de
historia y a los ensayos, que por mucho que digan los agoreros
superficiales también tienen su público, bastante fiel y que además se
gasta la pasta en libros.
Tiene razón. Las editoriales se hartan a a publicar novelitas por si
suena la flauta del best-seller y nosotros, los periodistas, picamos
con demasiada frecuencia, cuando podíamos sacar cosas mejores. En fin,
sirva como disculpa: nos falta tiempo y todas las profesiones tienen su
torbellino. La nuestra, huracanes.
A mí, personalmente, me da un palo tremendo ir a una librería y comprar
una novela de un autor que no conozco. Me entra pánico por los veinte
euros que suelto, y me pasa lo mismo con los discos. Un drama.
Sin embargo, hay gente que consigue que aún crea en la novela. Philip
Roth, sin ir más lejos. Qué pasada de libro el último suyo, ‘La conjura
contra América’. Es como para levitar, la forma en que plantea el
acoso de una familia normal de judíos en los prolegómenos de la Segunda
Mundial, en Nueva Jersey . Los dilemas del padre, la visión del niño
que lo cuenta, el tremendo e inolvidable viaje a Washington de la
familia, en el que son humillados.
Leamos a Roth. Hablemos para leer sólo las novelas que merezcan la pena.