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César Coca

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Ningún fin de semana sin música: Concierto para piano Nº 4 de Rubinstein

Muchos países tienen un siglo de oro en lo que a cultura se refiere. No siempre coincide con una etapa de pujanza económica y política, pero se da así con frecuencia y tiene sentido: una sociedad desarrollada cuida de sus artistas y de su producción, y eso genera resultados. El siglo XX, por ejemplo, vio un dominio casi absoluto de EE UU en cualquier ámbito artístico: hubo grandes pintores, escritores, arquitectos, músicos… El XIX fue extraordinario para la literatura en Francia, para la ópera en Italia y para el sinfonismo centroeuropeo. Y en el caso de Rusia, fue fantástico para la literatura y la música. El enorme impulso que dieron al país los zares en el XVIII –empezando por construir una nueva capital en San Petersburgo con la ambición de superar a cualquier otra ciudad del mundo– se plasmó en una cultura propia singular, con una personalidad muy acusada.

Uno de los compositores más relevantes por su influencia en la segunda parte del siglo XIX, aunque hoy sea muy poco interpretado en la Europa occidental, es Anton Rubinstein. Él y su hermano Nikolai fueron extraordinarios intérpretes y pedagogos. Ambos crearon conservatorios y formaron a los mejores músicos de su tiempo. Anton, además, desarrolló una notable carrera como compositor, en la que destacan cinco conciertos para piano. Para este fin de semana he elegido el Nº 4, que tiene todas las características de la música rusa de ese tiempo: pasión, melodías muy marcadas, exigencia de un virtuosismo al límite de las posibilidades del intérprete, combinación de la tradición romántica con elementos del folclore local, etc.
Este concierto no está al nivel del primero de Chaikovski, ni del segundo o el tercero de Rachmaninov. No se trata de eso. Pero es una pieza muy atractiva que estoy seguro que les va a gustar.