Juan Carlos Márquez es conocido como escritor de cuentos y uno de sus últimos libros, Tangram, mereció el premio Euskadi en 2012. Con Los últimos se adentra en el territorio de la novela, aunque la estructura formal del libro, a base de capítulos muy cortos, de una o dos páginas en su gran mayoría, tiene ese aspecto fragmentario que recuerda al relato breve sin serlo.

En este libro, Márquez arranca con algo parecido al Apocalipsis. Pocas personas sobreviven y al cabo de unos días de pasear por un mundo arrasado, en el que algunas bestias mutantes se enfrentan a los pocos supervivientes, deben huir del planeta para instalarse en Marte. Son un matrimonio con un hijo pequeño y otro huérfano que han adoptado como propio, una enfermera y un científico.

Allí se enfrentan a sus miedos, a la penuria y a una especie de mandato bíblico que asumen pese a que son conscientes de que tienen todo en contra: el viejo creced, multiplicaos y poblad la Tierra, que aquí debe sustituirse por Marte.

Hay en Los últimos imágenes poderosas (montañas de huesos acumulados por las bestias mutantes, canibalismo, experimentos de laboratorio con catastróficos resultados) y sugerencias que calan hondo: el dolor de una madre al perder un hijo, la fuerza del sexo cuando no se sabe si habrá vida el día siguiente, los conceptos de valor y cobardía cuando el mundo que hemos conocido ha dejado de existir…

El escritor bilbaíno se enfrenta a un tema que no es nuevo en la historia de la literatura, pero al que aporta una visión a base de destellos, como lo que vemos de una sala grande cuando una lámpara falla y no para de encenderse y apagarse. Esa visión genera desasosiego en el lector, el que se siente cuando el suelo se hunde bajo los pies y uno no sabe a qué agarrarse. En todos los sentidos.

(Publicado en elcorreo.com)