Absolución, que ha aparecido en las librerías esta misma semana, es la séptima novela de Luis Landero, un escritor exquisito que deslumbró con su debut, Juegos de la edad tardía, hace ya más de veinte años. Nunca ha sido un autor de enormes ventas pero sí uno de los preferidos por los aficionados a la buena literatura. Ahora nos cuenta la historia de Lino, un hombre de algo más de treinta años que, después de haber dado tumbos en una existencia de un inconformismo adolescente, cambiando de proyectos y de trabajo, tras la estela de un padre jubilado prematuramente por haber sufrido una intoxicación con aceite de colza, descubre el amor que estabilizará su vida. Una estabilidad en todos los sentidos, pues la familia de su novia es rica y eso garantiza su futuro.
La novela arranca cuando, tres días antes de su boda, Lino pasea por Madrid en una tibia mañana de primavera y va recordando episodios de su pasado. Un recurso querido a Landero, porque en su anterior trabajo, Retrato de un hombre inmaduro, el protagonista reconstruía su vida durante su última noche de vida, ingresado en un hospital. En este caso, lo que parece ser el camino hacia un desenlace positivo, hacia la estabilidad y la felicidad que han estado tan ausentes de su vida, de pronto se altera debido a un incidente callejero menor en el que se ve envuelto de manera estúpida. Entonces, todo se complica, el rumbo se tuerce y aparece la culpa, esa gran sombra capaz de acabar con cualquier atisbo de dicha.
En este libro figuran de nuevo como protagonistas seres normales hasta el aburrimiento. No hay héroes ni antihéroes en las novelas de Landero, sino gente como nuestro vecino del piso de arriba, la prima de Cuenca o nosotros mismos. Y es precisamente esa sensación de que estamos leyendo la peripecia vital de personas que podríamos conocer, incluso la nuestra, la que genera un cierto desasosiego mientras se lee un libro que, como todos los suyos, está estupendamente escrito.

(Publicado en elcorreo.com)