Ya están muchos seguidores del Athletic preparando el viaje a Lisboa. Una ciudad muy atractiva en su decadencia, con un punto de melancolía, de fin de una era. Es quizá la última capital de Europa occidental que conserva el encanto del aire provinciano de algunos barrios. Y es también la ciudad en la que se encuentra uno de los cafés literarios más bellos del continente: A Brasileira. Creo que merece la pena que los viajeros se den una vuelta por el barrio del Chiado (que además tiene un interés comercial notable, así que pueden aprovechar doblemente el paseo). El café se encuentra en el número 120 de la calle Garrett. Fue fundado en 1905 y por allí, sobre todo en la primera parte del siglo XX, pasó toda la intelectualidad portuguesa. Con un nombre por encima de todos ellos: Fernando Pessoa. Hoy, en la terraza del café, en plena calle, hay una estatua de bronce que representa al escritor, sentado a una mesa, atento al tráfico intenso de turistas y lisboetas.
Los cafés literarios son una de las más hermosas instituciones culturales del viejo continente. Y están en peligro de extinción, con el agravante de que no hay un Greenpeace cultural que haga campañas internacionales para salvarlos. Ahí está el Gijón, en Madrid, viviendo lo que pueden ser sus últimos meses. Pero a lo que íbamos: A Brasileira es un hermoso café incluso cuando está lleno de turistas. Merece la pena tomarse un café y un pastel (los precios son muy asequibles, como si aún mantuvieran el nivel que tenían en los años en los que escritores y artistas se pasaban la tarde delante de un único vaso o taza) mientras se examinan sus lámparas, la decoración en su conjunto y el aire entre ausente y resignado de algunos camareros.
Los viejos cafés (Les deux Magots, El Cafe de Flore, en París; Hawelka y Central en Viena; Florián en Venecia; Greco en Roma; Odeon en Zúrich; el Literario de San Petersburgo; Novelty en Salamanca; Gijón en Madrid, sin olvidar algún local bilbaíno, aunque poco queda) tienen siempre un aroma especial. Se respira en ellos un ambiente distinto y los mitómanos pueden -podemos- seguir las huellas de las grandes inteligencias del tiempo presente y del pasado. Con un poco de imaginación, uno puede ver a Pessoa enmarcado por el humo que sale de una taza de café en A Brasileira o percibir un ligero temblor al sentarse a la mesa que tantas veces ocupó Alma Mahler en el Central de Viena.