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Anje Ribera

Música callada

Joaquín Sabina – Calle melancolía

Tenía ganas de llegar ya a Joaquín Sabina, uno de los grandes para mis preferencias. Y también de recordar ‘Calle melancolía’, una de las mejores canciones de su primera etapa, Data de 1980.

Con su estilo de poeta urbano, su rudeza y sus frases contundentes, este tema fue el primero que me emocionó de los muchos que me han tocado de este creador canalla. Y me ha emocionado tantas veces con su eterna poesía de amores perdidos y caros. Es el reflejo de lo cotidiano.

Este canto a la melancolía, ésa que todos tenemos de vez en cuando aunque cada una sea distinta y personal, nos hace rememorar cuántas veces nos hemos sentido así. No podemos evitar la melancolía, o la nostalgia, o la desazón. Ese estado mental que nos corroe aunque no se refleje en nuestro físico. Porque quién no ha estado alguna vez encerrado en la melancolía, divisando al fondo la alegría, pero sin poder llegar a ella.

He leído por ahí que «consciente de que la felicidad es una montaña de difícil o imposible ascensión, Sabina se empapa de la tristeza con la que ha regado una gran extensión de su jardín poético». Pero el Sabina inicial, el de la balada, la cadencia lenta y una cierta ternura amarga, nos habla de amor, de ese amor que duele cuando se pierde, de ése que sólo se valora cuando provoca heridas en el corazón que no detectan los electros.

De ése en el que uno se entrega por completo, aceptando que existe la posibilidad de que vaya acompañado de sufrimiento y valorando también la opción de que nada es eterno porque todos somos susceptibles de cambiar.

Es uno de los temas emblemáticos del madrileño-andaluz. Lo demuestra el hecho de que en sus conciertos se ve obligado a callar para que sea el público quien la cante por él. Todos sus fans conocen letra metafórica, dura, tierna, de asfalto, de ‘Calle melancolía’. Es una composición inmortal.

«Como quien viaja a lomos de una yegua sombría,
por la ciudad camino, no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día,
y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden.

Las chimeneas vierten su vómito de humo
a un cielo cada vez más lejano y más alto.
Por las paredes ocres se desparrama el zumo
de una fruta de sangre crecida en el asfalto.

Ya el campo estará verde, debe ser primavera,
cruza por mi mirada un tren interminable,
el barrio donde habito no es ninguna pradera,
desolado paisaje de antenas y de cables.
Vivo en el número siete, calle Melancolía.

Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.

Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte.

Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.

Trepo por tu recuerdo como una enredadera
que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy
esa absurda epidemia que sufren las aceras,
si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy.

Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía».

VERSIONES

Entre sus millones de seguidores hay muchos que creen que la mejor versión de ‘Calle melancolía’ es la que ofreció en vivo para el disco ‘Nos sobran los motivos’.

Es fantástica la interpretación sencilla de Ismael Serrano.

Joaquín Sabina es referente de millones de seguidores de su verso cruel. Sus sonetos, sus canciones, son pura vida. Este cantautor, músico y poeta jienense tropezó pronto con la poesía y se quedó enganchada en ella en los años sesenta. Ya en los setenta comenzó a colaborar en publicaciones junto a Luis Eduardo Aute o Carlos Cano, pero tuvo que abandonar España tras lanzar un cóctel molotov contra una sucursal del Banco de Bilbao en Granada como protesta por el Proceso de Burgos.

Se fue a París con un pasaporte prestado y de allí saltó el Canal de la Mancha hasta Londres, donde vivió como okupa mientras cantaba en el metro, donde pronto olvida sus estudios con las monjas Carmelitas y los sacerdotes Salesianos. Allí conoció al ex beatle George Harrison, que le dio una propina de cinco libras cuando Sabina tocó para él en su cumpleaños.

Volvió con la muerte de Franco para comenzar una carrera literaria y musical que ha llegado hasta nuestros días. Del resto mejor me callo porque todos conocéis su historia tanto como yo.

Canciones para escuchar a oscuras - Por Anje Ribera

Sobre el autor

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