Resulta desolador. Arde el norte de África y parece suceder lejísimos: o no suceder. Se desvelan opresiones, desmanes de los dictadores, se cometen violaciones de derechos humanos y nuestra opinión pública no se conmueve. Nuestro tejido asociativo volcado en el Tercer Mundo no emite señales de alarma ni llama a la solidaridad. Apenas se le ha oído cuando las movilizaciones populares en Túnez, Egipto, Libia, como si el pueblo que allí se movía no contase para nosotros.
Los acontecimientos se desplazan en Libia hacia las actuaciones más bárbaras del dictador –quizás crímenes contra la humanidad– y entre nosotros no hay reacciones sociales, manifestaciones callejeras de apoyo a los reprimidos, exigencia popular de que se detenga la matanza y de que se respeten ya los derechos humanos.
Pasea uno por la Universidad, que la creía receptiva a la defensa radical de los derechos humanos y de la democracia, y no encuentra ninguna convocatoria, ninguna reunión, ningún cartel que diga “Paremos el genocidio”. Es como si todo sucediera en otro planeta y no aquí al lado.
Tampoco los actores –otro de nuestros agentes sociales y políticos– se movilizan contra la masacre y en la defensa de los derechos humanos y de la democracia.
Resulta desolador. Por la insensibilidad política que supone y porque hay un criterio selectivo. En los últimos tiempos –en este año o pocos meses más– ha habido posicionamientos colectivos de envergadura en solidaridad con los palestinos, con los saharauis, indignaciones por el trato que les daba el poder. La violación de derechos humanos quedó condenada, se buscaron cómplices, se encontraron, se abominó de ellos. Hubo movilizaciones indignadas.
Siempre resulta imprescindible la defensa de los derechos humanos cuando se atenta contra ellos (prescindo aquí de los sectarismos interpretativos). Por eso mismo no se entiende que en el norte de África estemos asistiendo impertérritos al despliegue de violencias de tiranos sin reacción solidaria alguna. No se ha movilizado la opinión, no se han movido las ONGs, no hay plataformas de apoyo al pueblo árabe.
Se me ocurren dos explicaciones:
Primero: la lucha de la democracia contra las dictaduras parece en España una cuestión menor, en una tradición en la que los derechos humanos apenas han motivado nunca movilizaciones. Éstas consisten en izquierda contra derecha, nacionalidades (oprimidas) contra Estados (opresores). Es indiferente si los buenos (la izquierda, la nación) son autoritarios, incluso totalitarios.
Dos: cualquier movilización progresista necesita encajar en un esquema maniqueo. En el imaginario progresista español el mal lo encarnan, por este orden: Estados Unidos, Israel y la democracia española. Si el conflicto no puede desarrollar este esquema no cuentan las violaciones de derechos humanos.
[Hipótesis 1: si las brutalidades que estos días lleva a cabo Gaddafi las realizara Israel estaríamos con manifestaciones constantes en la calle. Y con razón].
[Hipótesis 2: en la democracia española lo políticamente correcto viene definido desde posiciones antisistema no siempre gestadas desde el entusiasmo democrático].