Según avanza el sainete que nos ha preparado Batasuna, líneas argumentales que sin duda formaban parte del argumento central del melodrama se nos presentan como hallazgos insólitos. Así se nos cuenta en tono de revelación portentosa la sospecha de que si no se legaliza Sortu esta gente tiene ya preparadas listas blancas para ir a las elecciones. La nueva se nos anuncia en el tono “qué aviesos”, “qué astutos” o “qué listos somos al pillarles un plan B”.
Batasuna saca el mismo conejo de la misma chistera una y otra vez y siempre provoca sorpresa. El truco, con distintas variantes, lo ha repetido varias veces. ¿A qué se debe su capacidad de epatar tregua tras tregua con similares artimañas? Posibilidades: a) amnesia social galopante; b) convencimiento general de que son gente noble, incapaz de dobleces; c) admiración soterrada por las sutilezas de esta gente a la que se sigue identificando como los vascos auténticos; d) las hipótesis anteriores a la vez.
El éxito del saltimbanqui tiene un efecto: como siempre les sale bien la treta y crea inusitadas expectativas, los chicos de Batasuna estarán convencidos de que van por el buen camino. Nos repetirán eternamente la misma engañifa, sintiéndose unos héroes de la creatividad.
Lo que no se entiende es que los desveladores del secreto llamen Plan B a la idea de que las huestes batasunas se presenten en otras listas si no les legalizan. Todo indica que ese era el Plan A o que había un único Plan. Repasemos. Lo desconcertante de cuando anunciaron los estatutos del nuevo partido fue la escenificación. Asistió toda la vieja guardia, la pura y dura. No buscaron a gente que se pudiera asociar a alternativas blandas, con trayectoria menos adusta, capaz de sugerir nuevos aires. No. Pusieron en la foto a los de toda la vida, desde Rufi a Txomin, pasando por Josefa, Jone, Tasio, etc. Estaban todos. Faltaban caras sonrientes. No expresaban la alegría de la conversión democrática sino la gravedad de un preoperatorio. Véase la foto.
Era como si quisieran mostrar que eran la Batasuna de siempre, con nuevo discurso pero sin arrepentimiento. Resulta difícil imaginar a un colectivo menos creíble para el abandono de las tesis tradicionales que comprendían la violencia. Podían haber elegido a gente menos marcada, de fisonomía más bondadosa por decirlo así.
Al dejar claro que eran la Batasuna de antes dificultaban la legalización. Todo sugiere que el acto (y Sortu) era un señuelo y que el Plan A era elaborar listas blandas o que los suyos entrasen en otras listas.
Como esta gente no da puntada sin hilo, salta la pregunta. ¿Por qué la escenificación de un nuevo partido visualizando que era el anterior? Además de que fuese una maniobra de distracción, hay otras explicaciones posibles: a) por si suena la flauta; b) ver si tal conversión pacifista cala en algún sector político (así ha sido: en el nacionalismo y fuera de él; c) reforzar el victimismo, sugiriendo que la democracia rechaza a los auténticos “demócratas”; d) dar excusa para que se moviese la comisión internacional de la que tantas facilitaciones se esperan; e) demostrar a sus bases que Batasuna sigue unida y que los discursos que les caigan están controlados, aunque les suenen raros; f) todas las hipótesis anteriores a la vez.
Se diría que todo está atado y bien atado. Que la secuencia de apariciones públicas, comunicaciones y llamamientos a la movilización (la última demostración de fuerza, el pasado sábado) forman parte de la misma obra de teatro. Da la impresión de que también los espectadores reaccionan como lo exige el guión.