El ciudadano vasco de a pie está destinado a convertirse en héroe. A la fuerza. De ello se encarga una pléyade de virtuosos con la idea de que su misión histórica es arreglarnos la vida –queramos o no-, solventarnos los problemas milenarios que (suponen) nos atormentan sin descanso. Sobre todo en los momentos llamados “el proceso”, quizás en honor de Kafka: “proceso de paz” llamaron al anterior; de momento este es “el proceso de legalización”. Los curanderos que quieren acabar con nuestros traumas deben de pensar que somos raritos, una especie de parque temático de las injusticias históricas y de rabiosos antidemócratas. Ellos quieren arreglárnoslo, con lo que contribuirán a liarlo todo: si de ellos dependiese aquí habría para un par de generaciones más.
Entre las extravagancias que acompañan a la tregua de ahora está el “Grupo Internacional de Contacto” (GIC) –las razones de “contacto” se me escapan; como si en el País Vasco, que nos conocemos todos, fuese difícil contactar-. Es la gente de Currin, que antes nos decían “mediador” y ahora se desvela en “facilitador”, lo que deja las cosas mucho más claras (¿?). El GIC quiere “facilitarnos” la paz, el proceso, ayudándonos a la “conceptualización”, quizás por la dificultad vasca de alumbrar conceptos creativos: contra el vicio de dificultar la virtud de facilitar. Éramos pocos… ¿A cuenta de qué esta gente piensa que queremos que nos faciliten nada, precisamente ellos? Pues ésta es la única pregunta que tiene respuesta. Sabemos quién les ha dado vela en este entierro: la izquierda abertzale, que les llama, los promueve, los quiere en medio.
Convertidos en una expresión de la mentada izquierda abertzale extraña menos que los facilitadores internacionales asuman sus postulados –aunque hay que tener estómago para hacer este papelón e imaginarse equidistantes-. Dan por supuesto que estamos en “una nueva realidad política”, igual que lo dice la izquierda abertzale, qué casualidad. Los facilitadores no parecen gente muy crítica ni dada a forjarse sus criterios.
Así que vienen a facilitarnos el futuro y llegan sin exigir nada a ETA (que en los esquemas facilitadores quizás salga como una víctima de la historia) y sí a la democracia: que legalice a Sortu, que cambie la ley antiterrorista, que cambie la política penitenciaria. Así, de una tacada. También sugiere que se abra una negociación. Sólo les ha faltado pedir la territorialidad y la autodeterminación: todo se andará.
¡Y, por si fuera poco, se ofrecen como “mediadores”!
¿De verdad creerán que alguien les puede ver como neutrales? ¿No sabrán que son una parte, y qué parte, y que resulta insólito que se sientan en medio? ¿Qué les habrán contado de los problemas vascos? ¿Qué habrán creído?
Serán expertos en conceptualizarnos las cosas, pero resulta difícil entender la ligazón lógica entre su afirmación central de que “han aprendido sobre las víctimas, supervivientes, el sufrimiento y el dolor” y su conclusión, la necesidad de que se legalice Sortu. ¿Pero de qué víctimas hablan? ¿De qué hablan?
Puesto que quieren facilitarnos la solución del problema vasco, cabría exigir que nos dijeran en qué reside este, a su juicio. Tienen que pasar este examen. Porque si piensan que consiste en que la democracia no se ha construido según los deseos de la izquierda abertzale, apaga y vámonos. Lo mismo si piensan que esto es igual que el problema norirlandés.