Ya sabrán ustedes que a Ramoncín no le recibieron muy bien en el Viña Rock, el festival albaceteño que cartografía año tras año el territorio del kalimotxerismo. Al pobre Ramón le lanzaron piedras, vasos, hasta pilas de petaca, en una auténtica tormenta de proyectiles acompañada por gritos poco cariñosos hacia la SGAE. Era tan previsible que hasta podrían haberlo anunciado en el programa –domingo 30, fin de fiesta: entierro de la sardina y de Ramoncín-, así que no puedo dejar de pensar en el ánimo con el que el popular polemista y ex popular cantante acudió a la cita. Tonto no es, y bastaba echar un vistazo al cartel del festi para hacerse una idea de la peña que iba a reunirse en Villarrobledo, muy poco amiga de cánones y de discursos criminalizadores sobre la piratería, de modo que Ramoncín ya podía imaginar que le echarían de todo menos piropos. ¿Lo asumió como un inevitable martirio, dentro de su cruzada por los derechos de los autores, o quizá vive tan apartado del mundo real que esperaba aplausos y sonrisas de colega? ¿O, simplemente, el caché era compensación suficiente por exponerse a todos esos piratas?
Yo en estas cosas me pongo pacifista, qué quieren: si no te apetece ver a Ramoncín, no vayas y punto, porque a lo mejor hay gente ilusionada por escuchar al rey del pollo frito y el cedé tostado. ‘Hormigón, mujeres y alcohol’ y ‘Putney Bridge’ no dejan de ser clásicos del estilo santificado por el Viña Rock, mejores que el 80% de lo que ha sonado en ese festival, aunque puede que el haber compartido piso durante cinco años con un fan del Ramón más primitivo haya alterado mi percepción de su valía. Me parece mucho más oportuna la idea de boicot que proponía un tipo en el foro de Barrapunto: el calvo colectivo hacia el escenario. Cantar para cientos de culos hostiles tiene que ser una cosa muy triste.