México ha sido escenario este fin de semana de una de las marchas más multitudinarias de su historia, en la que se ha reclamado el fin de la violencia y de la impunidad. En lo que va de año han muerto más de 1.378 personas por las guerras entre bandas, cifra que supone que casi se ha duplicado el número de asesinatos en el país con respecto al 2007. Los narcos han comenzado a cometer masacres de policías y algunas de sus actuaciones llevan el horror a cotas donde no había llegado antes.
En Tijuana (Baja California), la revista Zeta fue pionera en denunciar ese ambiente: la impunidad de los narcos, la connivencia entre fuerzas de seguridad y delincuentes y el infierno en el que se puede convertir una ciudad cuando la única ley es la de los peores.
En este blog ya recordamos la figura de Jesús Blancornelas, el periodista que con más dureza denunció la realidad de Tijuana. A él intentaron matarlo por ello y sólo la suerte permitió que siguiera con vida. El fin de sus días llegó en 2006 pero de forma natural, en lo que extrañamente supone una victoria sobre los delincuentes que arrasan su ciudad.
Blancornelas había convertido la libertad de expresión en el último baluarte frente a la ignominia. Leer sus crónicas es ser testigo de cómo, mientras a su alrededor todo se pudría, el periodista elevaba su voz para protestar. Por eso intentaron matarle. Denunció a políticos, a policías, a narcos. Algunos amigos le lanzaron un buen elogio: «Sin él, la democracia nunca hubiera llegado a Baja California».
La revista Zeta está ahora en alerta. El pasado 29 de agosto, unos policías sin identificar se presentaron en la casa de su viuda y comenzaron a realizar extrañas indagaciones con la excusa de que habían visto rondar por allí a una persona armada. Los periodistas han pedido explicaciones sin que nadie se las haya podido dar. En un comunicado, Zeta hace responsable al presidente de México de lo que le pueda pasar a la viuda o a su familia. Por la libertad de expresión, conviene estar alerta.