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César Coca

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Basque Gods

¿A qué se dedica ahora Odín? ¿Qué pinta tiene Shiva en un mundo globalizado? ¿Los genios de las 1001 Noches son taxistas homosexuales en New York? ¿Puede un antiguo dios africano morir de un infarto en un karaoke, perdido en el escote de una rubia?

En las últimas semanas he terminado de leer dos libros de Neil Gaiman: ‘Los hijos de Anansi’ y ‘American Gods’, en los que se responden a las preguntas que encabezan este comentario. Gaiman es uno de los innovadores del cómic, un personaje interesante que, por lo que intuyo, ha sabido aprovechar las nuevas tecnologías para convertirse en todo un personaje. (Aunque su blog en castellano se actualiza demasiado)

Decidí leer ambos libros por dos motivos. El primero es que como renovador del cómic, Gaiman me parece un genio y exhibe una imaginación capaz de sacar petróleo de la historia más gastada. Algunos de los guiones recientes de Gaiman  que me han encantado son los de una convención de asesinos en serie que se celebra en Estado Unidos y ‘1602’, en el que traslada a la época del Renacimiento europeo todo el universo Marvel.

El segundo motivo es que la historia de ‘American Gods’ me parecía original. Los viejos dioses, -Thor, Loki, Ghanesa, etc…- degeneran en la decrepitud de los que han dejado de ser adorados y deciden enfrentarse con los nuevos dioses -la televisión, la radio, la Informática, la máquina de vapor, etc…- para conseguir el favor de los seres humanos. En el panteón imaginado por Gaiman, los seres humanos han sustituido la religión por una reverencia eterna hacia la tecnología y los medios de comunicación. Salimos de una caverna para meternos en otra.

Es un libro extraño. El planteamiento se desborda a través de viajes por Estados Unidos y visitas a lugares inquietantes cuya relación con la trama no se termina de aclarar. Hay muchos personajes insinuados sobre los que apenas se habla (quizás porque se desarrollan en otros libros) y mundos oníricos aterradores. Cierta confusión salpicada de buenos momentos. ‘Los hijos de Anansi’ continúa, en un tono más ligero, la misma trama.

Haciendo un poco de paleto y frívolo, he intentado trasladar a nuestro País Vasco el método actualización mitológica de Gaiman. Imagino que Basajaun sería algo así como un viejo vagabundo que arrastra su cojera por los parques públicos. El cíclope Tartalo es un enfadado vendedor de cupones de la Once. En cuanto a las nuevas actividades deificadas, no me cabe duda de cuál sería la que se elevaría a los altares: La Gastronomía, el único dios nuevo al que todo Euskadi parecen ponerse de acuerdo en adorar. Aquí todo tiene que ver con las mesas.

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