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César Coca

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Un libro cada semana: 'Terror y utopía. Moscú en 1937' de Karl Schlögel

Desde hace mucho tiempo es conocido lo que pasó en Alemania en el tiempo transcurrido entre 1933 y el inicio de la Segunda Guerra Mundial y en una amplia zona de Europa (la ocupada por las tropas de Hitler) desde esa fecha hasta mayo de 1945. Solo con la apertura de los archivos secretos soviéticos ha empezado a conocerse con detalle lo que sucedió en los mismos años en el país sobre el que tantos creyeron que había conseguido poner en marcha la utopía de la igualdad y la justicia social.

Lo habían denunciado los disidentes que lograron escapar y algunos escritores e intelectuales que pagaron con su vida o con la pérdida de libertad el delito de contar lo que vieron. A esos testimonios se están sumando ahora libros que aportan una cantidad de datos verdaderamente abrumadora sobre la vida en la URSS. Y hay un año marcado a fuego en la historia de ese país: 1937. Algunos datos que figuran en este libro estremecedor de Karl Schlögel resumen la magnitud de lo sucedido: en ese año maldito, fueron arrestadas casi dos millones de personas; de ellas, 700.000 fueron asesinadas y el resto, enviadas a campos de concentración y colonias de trabajo en los que las condiciones en las que hacían su tarea convertían al infierno en un lugar de reposo. En Kolymá, por ejemplo, era habitual trabajar en grandes obras en el exterior, durante inviernos que allí duran seis meses y en los que la temperatura oscila habitualemente entre -20 y -40 grados.

Schlögel cuenta lo que sucedió en Moscú en ese año. Para ello, retrocede a veces hasta la Revolución y cuenta episodios que van desde los delirantes planes de Stalin para transformar la ciudad –con gigantescas avenidas que exigían derribos masivos, incluida la catedral de San Basilio– hasta cómo se elaboró un plan sistemático de conversión en enemigos del pueblo y el Estado de muchos fieles militantes que nunca llegaron a entender por qué se les acusaba. Aún peor: por qué se les condenaba.

Cuenta el autor cómo la plaza Roja se llenaba de entusiasmados ciudadanos que iban a escuchar las condenas de personas que hasta poco antes habían ocupado cargos de gran relieve; cómo los artistas se procuraban el apoyo de funcionarios de alto nivel, pero tenían que estar atentos para distanciarse de ellos si caían en desgracia, no fueran a arrastrarlos consigo; cómo los comisarios políticos estaban infiltrados en todos los círculos de intelectuales y creadores para saber lo que hacían. Cuenta también cómo los registros de las viviendas de los grandes jefes, que se realizaban cuando eran acusados de traición, revelaban una enorme e inexplicable acumulación de bienes que se convertía en elemento probatorio.

Al terminar el libro, mil páginas en las que el lector no sale de su asombro, la pregunta que queda sin responder de una manera satisfactoria –probablemente porque nadie tiene la respuesta– es la de cómo fue posible un sistema en el que nadie estaba a salvo, ni siquiera los más altos jefes de los verdugos. Si el comunismo no fue posible se debe sin duda a quienes planificaron y ejecutaron cuanto pasó en 1937. Schlögel lo narra con detalle.

 

(Publicado en elcorreo.com)