La serie Alatriste aún no ha terminado. Van siete entregas y, si hacemos caso a la relación de títulos que figuraba en la primera entrega, faltarían al menos dos más. Antes de que el falso capitán muera en Rocroi, en el último volumen de la serie, Arturo Pérez-Reverte ha creado un nuevo personaje: Falcó. Lorenzo Falcó. Un espía que trabaja para los servicios de inteligencia de Franco en los primeros meses de la Guerra Civil, pero que antes traficó con armas, sirvió a la República y vivió algunas experiencias al límite en escenarios conflictivos de la vieja Europa.
Falcó comparece ante el lector como un cínico con una elemental tabla de valores: primero, él; después, él; y si aún le queda espacio libre para ocuparse de otros asuntos, indagará en sí mismo para ver si es posible hacer algo más por Falcó. Su jefe es el Almirante, que lo reclutó ya hace unos años tras debatirse entre si debía hacer que lo mataran o contratarlo para que hiciera para él determinados trabajos. Sucios, por supuesto.
En esta primera aventura debe encaminarse de Salamanca, donde está el mando central de los rebeldes, a Cartagena, zona republicana. Allí, junto a un grupo de falangistas movidos por sus ideales pero con poca experiencia de combate, ha de organizar la liberación de un famoso político que está preso en la cárcel de Alicante. Y no hace falta dar más datos porque ustedes ya saben de quién se trata.
El personaje evoluciona a lo largo de la novela y el lector descubre que tras el tipo duro y sin escrúpulos hay algo más, un espíritu revertiano que aflora en algunos momentos de manera muy evidente. Falcó es una novela de aventuras con diálogos cortantes al mejor estilo de las películas de Humphrey Bogart, que termina conteniendo algunas reflexiones sobre la amistad, el poder y el valor de ciertas reglas, por pocas que sean. Un Reverte en estado puro, identificable en cada página de la novela, que gustará a sus muchos lectores. Y que no tardaremos en ver llevado al cine.
(Publicado en elcorreo.com)