Apenas llevamos dos meses de 2015 y por Bilbao y, por extensión, por Euskadi, ha pasado un montón de estupendos pianistas de varias generaciones distintas. Sin afán de hacer el censo completo, han estado Yuja Wang y Judith Jáuregui, como representantes de la última hornada; Gabriela Montero, en la edad intermedia; y ahora llega Grigory Sokolov, un gigante que se suma a Elisabeth Leonskaja –que estrictamente no ha pasado, porque vive en San Sebastián durante este semestre– dentro del grupo de quienes tienen ya a su espalda una carrera de casi medio siglo.
Sokolov es noticia aquí por dos motivos: su concierto del sábado en la Sociedad Filarmónica de Bilbao y la publicación de un nuevo disco. Tan novedosa es una cosa como la otra, porque ni Sokolov viene todos los días por la Villa ni publica discos con facilidad. De hecho, hacía veinte años que no lanzaba ninguno.
En su recital en la Filarmónica, interpretará la Partita Nº 1 de Bach, las sonatas Nº 7 de Beethoven y op. 143 de Schubert, y los Seis momentos musicales de este último.
El álbum ( The Salburg Recital, sello Deutsche Grammophon) recoge una actuación en el festival de la ciudad natal de Mozart, el 30 de julio de 2008. En el programa, las sonatas K. 280 y 332 de Mozart, y en la segunda parte los 24 Preludios de Chopin. Las propinas, como siempre generosas: dos mazurkas del polaco, dos poemas de Scriabin, Les Sauvages de Rameau y una coral de Bach.
La personalidad de Sokolov es compleja y eso se muestra a la perfección en todos los aspectos del disco: primero porque ha tardado más de seis años en autorizar la publicación de un álbum pese a que la grabación se había realizado pensando en ello. Segundo, porque su repertorio está probado al límite: de hecho, cada temporada recorre el mundo interpretando durante seis meses el mismo programa y cambiando solo una parte durante los seis restantes. Así que cuando tocó en Salzburgo estas piezas de Mozart y Chopin las había estudiado hasta el milímetro.
Se nota. En el disco hay una verdadera sensación de ingravidez. Como si Mozart y Chopin, sus sonatas y sus preludios, flotaran en el aire; como si la música estuviese suspendida en la nada y cada nota fuera cayendo con lentitud sobre el oyente. Cada compás, casi cada acorde, parece irrepetible en sus manos. Como si esa música no fuera a sonar nunca más.
Los melómanos vascos están de enhorabuena. Este fin de semana tienen una fiesta, el Musika-Música, y un oficio casi religioso: el recital de Sokolov. Vivir para escucharlo.
(Les dejo dos minutos de Sokolov: su interpretación de Les Sauvages de Rameau).