Hay óperas de las que habitualmente solo se interpreta un coro o un aria y la totalidad de la obra es una verdadera rareza en los programas de las temporadas más conocidas. Y existen otras en las que la obertura es de una gran celebridad pero muy pocos aficionados serían capaces de reconocer nada más. No sucede solo con compositores de segunda o tercera fila. Pasa también con los más grandes del género. Es exactamente el caso de Rossini y La urraca ladrona. ¿Cuántos aficionados han escuchado la obra en su totalidad? Sospecho que no muchos.
Y sin embargo la obertura es muy famosa. Justamente, hay que añadir. Parece mentira que un compositor de tan solo 25 años fuera capaz de crear una obra así. Claro que el tema de la edad en Rossini se puede ver de dos formas: desde el punto de vista de los años que tenía y desde los que le quedaban hasta su retirada. Si lo contemplamos desde este ángulo, solo le faltaban doce para poner punto final a su catálogo, así que podríamos decir que La urraca ladrona es prácticamente una obra de madurez.
La mitología creada en torno a esta ópera dice que el empresario que había montado el estreno hubo de encerrar al compositor para que escribiera la obertura apenas unas horas antes de que se levantara el telón. Y Rossini, otro autor de velocidad legendaria, lo consiguió.
Supongo que no hay demasiado de cierto en esta historia, pero da igual. La obertura es espléndida. Tanto que da pena que Rossini no escribiera nada durante casi cuatro décadas. La Parca, que cortó tan tempranamente la vida de compositores como Mozart, Arriaga, Schubert, Chopin, Mendelssohn y tantos otros, fue compasiva con el de Pésaro. Él mismo decidió -seguro que en parte porque ya había ganado mucho dinero y podía permitirse vivir sin trabajar- que su relación con la música iba a ser la de un simple aficionado cuando ni siquiera había cumplido los 40 años. Lástima.
Les dejo la obertura en la versión de Claudio Abbado (estos días se ha cumplido un año de su muerte) al frente de la Filarmónica de Berlín. Disfruten.