Algunos estudios dicen que el libro en papel resiste ante el formato digital. Sobre todo, apuntan, cuando la lectura se asocia al placer. Los lectores, incluso los más jóvenes, valoran el tacto del papel, el juego de la tipografía, hasta el olor de la tinta, sensaciones que han acompañado al ser humano desde hace siglos. Al parecer, está sucediendo algo parecido con los discos de vinilo y sus maravillosas y grandes portadas.
Por supuesto que en la cultura es más importante el producto que el soporte. Un libro lo es con independencia de que lo leamos en papel o en soporte electrónico. La música apela a nuestros sentimientos y nuestro intelecto lo mismo si procede de un LP o un CD que si está en formato MP3, fruto de una descarga legal (de las ilegales no pienso hablar). Y hasta podríamos decir, aunque sea fácilmente rebatible, que una película lo es la veamos en una sala o reproducida en la pantalla de un ordenador (si es en la de un teléfono resulta sencillamente una birria).
Podemos discutir algo sobre la veracidad de todo lo dicho en el párrafo anterior. Hay quien lo discute con argumentos solventes, pero vamos a admitir pulpo como animal de compañía. Pues bien, en torno a todo hecho cultural hay rituales que lo enriquecen, que le añaden emoción. Me pasa con la lectura. Como la mayoría, tengo un libro electrónico. Pero leo en papel. Alguna vez he contado aquí mismo que me gustan el olor de la tinta y el tacto del papel. Y cuanto tiene el libro de objeto físico. Me gusta ver los libros en los anaqueles de mi habitación. Me gusta también ver los libros en los anaqueles de las casas de las personas a las que visito (admito que me llamen cotilla).
Cuando escucho música enlatada, tengo cerca el álbum para consultar datos de la grabación, leer el folleto y ver las fotos. Si la oigo en un formato MP3 (con independencia de que siempre tengo la sensación de que suena peor), echo en falta todo eso. Cuando voy al cine, como si acudo a un concierto o al teatro, me gusta llegar con tiempo, entrar pronto a la sala, dejar la mente en blanco antes de que empiece la función. No bebo ni como en la sala. Eso lo dejo para cuando estoy en casa viendo la tele.
Todo eso son rituales que aprendí de otros. Con ellos descubrí que el placer del concierto, el teatro, la película y el libro aumenta, se hace más sofisticado. No todo en la vida son contenidos. La forma también es relevante. Los tecnópatas no siempre lo saben.