En los días turbulentos de la revolución que derribó el régimen de Ceaucescu, una mujer se lamentaba de que, al ir a comprar el fiambre que tenía adjudicado en su cartilla, no le habían dado el llamado salami de primavera (aunque era el único disponible todo el año) sino otra cosa. «Pero es mortadela italiana», le explicó una amiga. «Es mucho mejor. En Italia hay más de veinte tipos de salami», añadió. A lo que la mujer le preguntó: «¿Y para qué quieren tantos?»
La historia la cuenta Ignacio Vidal-Folch en Pronto seremos felices y es muy probable que no sea ficción sino que la conociera el autor de primera mano en los tiempos en que fue corresponsal en la zona. El argumento de la novela gira en torno a dos momentos históricos: los últimos años del régimen comunista en los países del Este y un tiempo más o menos reciente. El protagonista-narrador regresa a Praga, donde trabajó como agente comercial, tras el rastro de quien fuera su mano derecha en los años en que estuvo en aquella ciudad. La mujer era una comunista sin fisuras, crítica con los dirigentes que habían deteriorado el sistema pero leal, trabajadora y rigurosa.
En su búsqueda, el protagonista irá reencontrándose con gente que conoció, lo que le sirve para contar la historia de tipos bien diferentes: desde el arribista de manual hasta el pícaro, pasando por el derrotado por todos los sistemas, el ingenuo con suerte y el que se suma siempre al carro vencedor.
Praga, Bucarest y Sofía son los escenarios de esta novela llena de una ironía finísima, un relato elegante y a la vez impregnado de una suave melancolía. Es el retrato de un mundo que se vino abajo y fue sustituido por otro que dista mucho de premiar el esfuerzo y el talento. Hay más tipos de salami y es improbable que detengan a nadie por críticar a los líderes del sistema pero la felicidad prometida aún no ha llegado.
(Publicado en elcorreo.com)