Solo los muy poco informados acudieron al Arriaga el pasado martes pensando que iban a asistir a un recital digamos convencional de Montserrat Caballé. La soprano catalana, una de las grandes de la lírica española y europea de la segunda mitad del siglo XX, ha pasado por un largo calvario de enfermedades y su estado físico es muy precario desde hace unos cuantos años. Sus deudas con Hacienda y los problemas consiguientes no habrán ayudado nada a mejorar ni su ánimo ni sus aptitudes.
Así las cosas, el inicio de esta anunciada ” gira internacional” (de la que pocos o ningún detalle se ha dado sobre las próximas actuaciones) era por lo menos complicado. Muchos aficionados desconfiaban incluso de que el concierto tuviera lugar, dado que, además, las dos últimas ocasiones en que se anunció su presencia en Bilbao las funciones fueron canceladas.
No estuve en el Arriaga. Por varias razones, una de las cuales es que prefiero evitar el espectáculo de la decadencia definitiva de un artista, del ámbito que sea. Por lo que me han contado varios asistentes, algunos de ellos muy entendidos, el público fue a despedir a una gran artista y terminó sufriendo. Mucho.
Supongo que Caballé accedió a venir a Bilbao por razones económicas, porque es difícil prescindir del calor del público cuando se ha vivido muchos años sintiéndolo en cada actuación, porque quería despedirse… O por una combinación de todo ello. No sé si es consciente, imagino que sí, de que cada uno de los conciertos que dé en su actual estado no hace sino erosionar el mito que ella construyó con tanto trabajo y tanto talento.
El público que la ovacionó en Bilbao lo hizo, en su mayor parte, como homenaje de despedida, por el recuerdo que conserva de la gran diva o por la lástima que le producía comprobar lo poco que queda de la extraordinaria voz que un día tuvo. El crítico de EL CORREO hubiera preferido que la gran Caballé asistiera sentada a su homenaje, sin cantar ni una nota. Creo que muchos pensaron lo mismo. La soprano catalana debería renunciar a subirse a un escenario para cantar. No tanto por respeto al público como por respeto a su leyenda.