Andan estos días algunos autores por Bilbao, en La Risa, hablando del papel del humor contra la tiranía, contra las tiranías de todo tipo. Suele decirse que lo que menos soporta un tirano es que alguien ose reírse de él, porque eso es lo más disolvente. La risa es lo más disolvente de todo y así lo defendía también Umberto Eco en El nombre de la rosa.
¿Nos podemos reír de todo? Yo creo que debemos tener la libertad de hacerlo, pero pienso que sería mejor que algunas cosas quedaran al margen, por razones estéticas o de sensibilidad. Por ejemplo, es bueno reírse de Hitler, pero hacerlo de seis millones de judíos muertos en el Holocausto no me parece oportuno, aunque defenderé que nadie vaya a la cárcel por ello. Otra cosa es negar el Holocausto, que eso no es un chiste en ningún caso, sino un grave atentado a las víctimas y la verdad.
El humor, en todo caso, tiene un valor terapéutico. Nunca viene mal reírnos un poco de nosotros mismos. Solo los demasiado solemnes o quienes se dan una importancia excesiva son incapaces de buscarse un lado cómico, algo que los haga humanos. Hay que desconfiar de quien no aguanta una broma nunca o de quien solo es capaz de reírse de los demás.