El sábado por la mañana estuve recorriendo librerías, en busca de algunos títulos y curioseando. Y me llamó la atención el súbito interés por la obra de Delibes y Saramago. La muerte de un artista siempre ha revalorizado su obra, pero a veces el salto es enorme. Por ejemplo, oí comentar a una señora que había entrado en varias librerías buscando La caza de la perdiz roja, que nadie incluiría entre las mejores obras de Delibes. La librera le contó que se había reeditado casi todo lo del autor vallisoletano pero no ese título, y de ahí la dificultad para encontrarlo.
En otra librería vi en las mesas de novedades, como si acabaran de salir, media docena de títulos de Saramago. Y, a juzgar por el número de ejemplares de cada uno de ellos, tenían buena salida. O la expectativa del librero era que la tuvieran.
Insisto en que no me sorprende porque pasa siempre con los grandes. Pero no termino de comprender ese interés repentino. ¿Por qué querría leer ahora, en este momento, a Saramago quien no lo leyó en vida? Y no será porque se han publicado reportajes sobre su vida y su obra con motivo de su fallecimiento, porque desde que ganó el Nobel -e incluso antes- cada uno de sus libros ha sido recibido como un acontecimiento cultural. Algo similar a lo sucedido con Delibes, uno de esos autores que están en los manuales escolares con toda justicia. A diferencia también de lo que sucede con el cine (es difícil ver algunas películas antiguas), sus libros han estado siempre ahí, al alcance de quien quisiera leerlos. No critico esa necrofilia literaria. Solo digo que me cuesta entenderla.