A estas alturas de la jornada, todos ustedes saben que Amin Maalouf es el nuevo premio Príncipe de Asturias de las Letras. Figuraba entre los favoritos incluso desde unos días antes de que se reuniera el jurado, junto a otros, entre quienes destacaba también Ana María Matute.
No les voy a hablar de Maalouf, sino de Matute. Y les voy a plantear una maldad que no tendrá una respuesta definitiva hasta finales de año. Vamos a ver: siguiendo la regla no escrita de que el Cervantes se adjudica los años pares a autores españoles y los impares a nacidos al otro lado del Atlántico, este ejercicio toca español. Sigamos: el jurado de ambos premios, el Príncipe de Asturias de las Letras y el Cervantes, lo preside Víctor García de la Concha, director de la Real Academia. Hay más miembros coincidentes en ambos. Y Ana María Matute es firme candidata al Cervantes desde hace varios años.
A partir de esos datos, si hoy hubiesen dado el Príncipe de Asturias de las Letras a Ana María Matute, habría sido un indicio claro, a mi juicio, de que no iba a ganar el Cervantes el próximo otoño. Pero, al no dárselo, crecen sus posibilidades. Ya sé que me pueden decir ustedes que el Príncipe de Asturias no lo gana un español desde 1998 (aquel año se lo dieron a Francisco Ayala), de manera que Matute tenía pocas posibilidades, pero me parece que también es plausible la interpretación que yo les ofrezco. ¿Debemos, por tanto, pensar que Matute se alzará por fin con el Cervantes este año?