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César Coca

Divergencias

Cuestión de química y sensibilidad

¡Qué importante es para una institución cultural de titularidad pública que el político con capacidad de decisión sobre su funcionamiento posea sensibilidad hacia la actividad que realiza y tenga una buena química con su gestor!

Lo digo porque hay varios casos llamativos en los últimos tiempos. El más reciente acabamos de contarlo en EL CORREO y en este blog: la marcha de Mena de la Sinfónica de Bilbao porque no se considera suficientemente apoyado por la Diputación vizcaína. Hace cinco o seis años, con una diputada de Cultura (Ana Madariaga) del mismo partido, Mena tenía apoyo y recursos económicos para llevar a cabo sus proyectos. El mismo partido, el mismo director de la orquesta, pero su sucesora, Belén Greaves, no ha tenido ni de lejos la relación que Madariaga tuvo con Mena.

Vayamos a Madrid. Teatro Real. Cuando Alberto Ruiz Gallardón deja la presidencia de la Comunidad, la relación de su Gobierno con el teatro empeora. Su sucesora, Esperanza Aguirre, cierra el grifo del dinero, y no precisamente porque sea tiempo de crisis. Algunos proyectos del Real se reducen o son eliminados. Aguirre es del mismo partido (aunque a veces nadie lo diría) que Gallardón. Pero la química con los rectores del Real es más bien escasa, siendo generosos.

Volvamos a estas tierras. Sinfónica de Euskadi. Con la anterior consejera de Cultura, y presidenta del patronato que rige la orquesta, Mari Carmen Garmendia, la relación era muy fluida y sacar adelante los proyectos, muy fácil. Con la actual consejera, Miren Azkarate (del mismo partido), las cosas no son iguales. Falta esa química, esa chispa que hace que todo funcione mejor. No hay problemas como en la BOS, pero algunos miembros del patronato añoran tiempos pasados.

La pregunta es: ¿por qué tiene que depender de la sensibilidad del político de turno y de su capacidad de llevarse mejor o peor con los gestores la marcha de una entidad cultural?