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César Coca

Divergencias

Swift y los políticos

¿Conviene engañar al pueblo por su propio bien? La pregunta tiene su guasa, y hoy, en serio, todos diríamos que no, que no conviene. Pero estas nobles intenciones no siempre se ajustan a la realidad, como ya se puso de manifiesto hace tres siglos en ‘El arte de la mentira política’, brillante y humorístico panfleto atribuido a Swift, una atribución  por cierto engañosa.
En realidad el autor de este breve texto es John Arbuthnot, un correligionario ‘tory’ (conservador) de Swift. El librito se propone instruir en el camino de la mentira política a quien quiera o necesite pisarlo, de modo que no se hunda en los charcos ni se reboce en el barro.
Primera regla de oro: la verosimilitud. Nada peor que la exageración. Y, luego, cuidado con las promesas: deben ser a largo plazo, para que la gente se olvide y no haya forma de verificarlas. Considerada como una de las Bellas Artes, la mentira política debe contar con una masa de crédulos dispuesta a partirse la cara por esas ingeniosas invenciones. Este grupo de fieles permite lanzar mentiras como globos sonda para, una vez medido su entusiasmo, saber su grado de eficacia. 
Hay mentiras que espantan e infunden terror, y otras que animan y enardecen, ambas muy útiles cuando si se dosifican bien. El autor termina aconsejando a los jóvenes más despiertos que se entreguen a la mentira, en vez de a la caza del zorro, las carreras de caballos y los deportes. La patria se lo agradecerá.

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