
Viene esto a cuento de una entrevista con el editor que ha publicado una novela llamada ‘Sucedió en el metro’. No recuerdo el autor, pero, al parecer, esto no tiene la más mínima importancia. Es un seudónimo, y, según se dice, el libro ha sido perpetrado por varias manos mercernarias. El tipo venía a proclamar la legitimidad de la pésima literatura basándose en la cantidad de libros vendidos y en que su único fin es el entretenimiento.
No es la primera vez que oigo esta defensa por personas que han tenido que ver con los bodrios. La cuestión es que la mayoría de estos bodrios no entretienen a nadie. Cada semana llegan a este periódico una docena de novelas en plan histórico-esotérico que se te caen de las manos nada más leer la contraportada. Yo no veo ninguna de ellas en las listas de los más vendidos, en las que sí aparecen autores a lo que le pueden gustar a uno más o menos, pero de los que no se puede dudar de su calidad: de Rosa Montero al profeta Saramago.
La mayoría de estos bodrios, escritos al parecer para tener éxito, se mueren de inanición, fallecen por su falta de nutrientes. Ellos creen que el público es tonto. Que consulten las listas. Verán que no lo es.