
Un joven periodista va a entrevistar a un ministro. Por el camino, en un bosque, se encuentra con un pescador que le empieza a hablar (mal) de los cubistas. Un coche les pasa al lado, a toda la velocidad, se estrella y en él aparece un hombre muerto. Es un comienzo digno del mejor Chesterton. De hecho, es el comienzo de ‘El hombre que sabía demasiado’.
La novela se hizo más famosa todavía gracias al título de la película de Alfred Hitchcock que, por cierto, no tiene nada que ver con ella. En términos generales, la posteridad le ha tratado muy bien a G. K. Chesterton gracias a su larga lista de admiradores, entre ellos Jorge Luis Borges, Anthony Burgess (autor de ‘La naranja mecánica’) y Fernando Savater.
La maestría en el uso del diálogo ingenioso y humorístico, así como de la intriga, hicieron popular al escritor londinense. «Ése es el problema de todos nosotros, y de todo el tinglado; que sabemos demasiado. Sabemos demasiado los unos de los otros; y sobre nosotros mismos», le suelta el pescador al periodista con el cadáver aún caliente.
No será la única vez que se lo diga en este libro de historias hiladas por la conversación entre estos dos personajes. El pescador, Horne Fisher, «habla de todo como casi todo el mundo», dice el narrador en un momento del libro, una reflexión sobre los límites de la curiosidad, la sana y la malsana, salpicada de asesinatos.