
Creo que una de las enfermedades de la que estamos aquejados todos, en mayor o menor medida, es la sobremoralización. Moralizamos que es un primor. Hacemos buenos y malos cada segundo , señalamos héroes y traidores en cada esquina,
nos erigimos en bandera de la decencia con la facilidad que, más que
admiración, causa miedo. Sobre todo porque uno puede hablar como quiera
de lo que quiera. Es igual. Las palabras ya no comprometen a nada. Todo sale gratis.
Hay veces, sin embargo, en las que uno no puede sino
hablar. Eso sí, poco. Lo menos posible. Por ejemplo, cuando que la
ínclita Lucía Etxebarría dice: “Acusaciones y premios van, en mi caso,
juntos. El éxito no se perdona, y menos si eres soltera”. La
escritora tiene una sentencia judicial en su contra por haber plagiado
al poeta Antonio Colinas. Fijémonos en lo que dice: Los jurados de los
son justos, la justicia, no. Y todo esto me pasa por ser mujer y solar.
Siento utilizar grandes palabras moralizantes. Pero, en fin, qué inmoralidad.