Ahora otro episodio revela que la realidad es con frecuencia más extrema que la ficción. Se lo oí decir una vez a Vargas Llosa, a propósito de La fiesta del Chivo. “Me contaron cosas de Trujillo
que no me atreví a poner en la novela porque nadie las había creído”,
comentó. Pues bien, ¿qué habríamos pensado si leemos en una novela que unos muchachos se van a un cementerio, desentierran los restos de una persona, hacen un caldito con sus huesos
y luego, según algunas versiones, se lo toman? A todos nos habría
parecido un exceso narrativo, un ejercicio de violencia simbólica y un
ejemplo de renuncia al realismo.
Error de apreciación, porque ese episodio lo hemos leído estos días en las páginas de sucesos. A mí me hizo pensar que hemos llegado a un punto en que se puede escribir un relato con todos los disparates que se nos ocurran, y nunca serán excesivos.
Si es posible, si lo que planteamos no violenta ninguna ley de la
física o del tiempo, alguien en algún lugar lo habrá hecho o se
dispondrá a hacerlo, hasta convertir en mero realismo lo que en
principio nos parecía un ejercicio de imaginación desbordante. ¿Puede la literatura vencer a la realidad en nuestros días?