Antes se decía aquello de que faltaban investigaciones sobre la Guerra Civil. No creo que ya nadie pueda decir lo mismo.
Si uno se acerca a las librerías, estoy seguro de que en algún libro
vendrá el modelo de coche con el que se desplazaba Azaña. Yo, cuando
oigo la palabra memoria, me echo a temblar. Me espero una cosa de buenos y malos, y en las guerras no los suele haber, al menos por arriba. Lo que hay son víctimas, muchas víctimas,
mujeres y niños a los que unos locos han arrebatado sus derechos. Creo
que, más fomentar la memoria, deberíamos empeñarnos en la historia, que
no es lo mismo, ni mucho menos. Entre maniqueos irreductibles y Píos Moas, vamos aviados.
Pero, en fin, no es esto de lo que quería hablar. Gracias a estos aires bélicos se están publicando cosas muy majas, como los inéditos de Baroja -la novela Miserias de la guerra y el octavo libro de memorias, La Guerra Civil en la frontera-. Ahora mismo tengo sobre mi mesa las crónicas de Pla entre 1931 y 1935,
que salen el próximo martes con título de La Segunda República
Española. Sabemos que Pla admiraba a Baroja. En cuanto al estilo, su
intención es la misma: dejarse de tonterías. En cambio, sus
ideas políticas son muy distintas. Baroja fue un individualista
nietzscheano, algo romántico, mientras que Pla fue un conservador que
terminó pegado a una boina. Sea como fuere, a los dos hay que alabarles
su instinto de observación. Y lo que observaron en aquel tiempo no les
gustó mucho: demasiada palabrería, demasiado ruido, demasiado discurso hueco. ¿Os suena?
Cuando las palabras se dicen sin ton ni son, dejan de tener significado. Algo así dice el filósofo Harry G. Fraankfurt en un estupendo librito On Bullshit (publicado con el mismo título en Paidós) un minitratado sobre la charlatanería, sobre las bobadas, sobre la caca de vaca o de toro, si nos ponemos literales.
Él distingue entre la charlatanería y la mentira, pero yo creo que hay
vastos territorios comunes. Hay que leer esta obra en voz alta