A veces se producen casualidades curiosas. Ésta es reciente. En plena batalla entre partidarios de creer sólo aquello que se ve o se puede probar y quienes están dispuestos a asumir como reales muchas cosas que no pueden en absoluto demostrarse, tal y como se observa (la batalla) en Magonia, tercia el escritor anglo-indio Salman Rushdie, uno de los mejores autores de la literatura de hoy. En una entrevista publicada en este periódico, Rushdie defiende que vivimos un tiempo de guerra entre el mundo de la ciencia y la razón y el de las creencias y la magia. El autor de Hijos de la medianoche y Shalimar el payaso (recomiendo vivamente ambas, son obras excelentes) reconoce que para un novelista es mucho más atractivo el segundo que el primero, pero añade de inmediato que él forma parte de este último. Quizá esté ahí el núcleo del problema. El mundo de la ilusión es el que genera el arte, porque en él impera la búsqueda de la belleza, el sueño de la armonía. Un novelista no necesita demostrar que lo que cuenta es cierto. Un pintor no está obligado a plasmar sólo paisajes existentes. Pero eso no es el mundo tangible. Que Aureliano Buendía, Emma Bovary y Boonyi (la protagonista de Shalimar el payaso) no existan, no significa que no sean personajes maravillosos. No importa. Pero no son reales. No podemos buscar sus tumbas, no hallaremos jamás restos de su ADN. Existen en nuestra cabeza (¡y qué compañía nos hacen!), pero no son, ni fueron, de carne y hueso. Esto es una toma de partido por la magia en el arte y por la ciencia en la vida real. Y creo que ésta es una clave que algunos de quienes batallan en Magonia (gracias por todo, Luis Alfonso) quizá han olvidado. Aunque también es cierto que la discusión es interesante por sí misma.