En los años ochenta nos modernizamos. En todos los sentidos. Hasta el punto de que, como en Francia o en Italia, uno de los fenómenos más significativos de la década lo crearon los llamados intelectuales mediáticos, o los intelectuales estrella, tipo Bernard Henry-Lévy, Vattimo o Savater. El caso es que en la tele aparecían filósofos, novelistas, poetas raros, en programas de debate sobre lo divino, lo humano o lo que fuera, todo en horario de máxima audiencia. Qué tiempos. Qué nostalgia. Entonces, a esos intelectuales se les ponía a parir en el mundillo interno de la cultureta por venderse a la bajeza televisiva. Como siempre, a la cultureta le pilló el fenómeno con el paso cambiado. No sabían lo que se avecinaba, no olían que en unos pocos años cualquier intelectual sería desterrado por la tele, y por otros medios, y que su sola mención ya merece el vade retro satanás. Uno se acuerda de una noche gloriosa en la que compartieron mesa de debate Javier Sádaba y Lola Flores, uno filósofo y la otra, ejem, digamos que poco leída por aquello del respeto y bla, bla, bla. Chocaba, sí, y seguramente la imagen Sádaba quedó un poco maltrecha, pero entonces aún era posible y ahora no. En fin, creo que los programadores y otros grandes de los medios no han pensado en lo freakie que quedaría una aparición conjunta de Carmen Sevilla, un intelectual catalanista y Manolo, el del bombo.