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César Coca

Divergencias

Mestizaje cultural

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Está claro. Es el futuro. La semana próxima, tocará en Euskadi un pianista brasileño, Nelson Freire, que es uno de los grandes intérpretes de la música de Chopin (polaco de origen francés) y Brahms (alemán de pura cepa). Barenboim, argentino de nacimiento, judío ruso de origen, es hoy por hoy el mejor intérprete de la tradición musical germánica. Maria Joao Pires, portuguesa, entiende mejor que nadie a Schubert, alemán.

Estoy leyendo estos días el último libro de Rushdie, nacido en India, formado en Reino Unido, vecino hoy de Nueva York, y creo que hay pocos con su capacidad para describir lo que sucedió en los últimos años cuarenta y los primeros cincuenta en Cachemira e India en general, y lo que pasa hoy en Occidente. Lo hizo de forma magistral en Hijos de la medianoche, y Shalimar el payaso enlaza perfectamente con aquella obra. Lo hace también Vikram Seth. Si en Un buen partido retrataba con un detalle y una sensibilidad fuera de lo común los primeros tiempos tras la Partición, en Una música constante se convertía en un implacable escrutador de las miserias de la soledad, el egoísmo y el desamor en una ciudad como Londres. Y qué decir de Ishiguro y un puñado de escritores más.

Frente a su sensibilidad, su capacidad para ver lo que no está en la superficie, llaman aún más la atención los tópicos, las visiones planas que tantos intelectuales occidentales tienen de lo que sucede en Oriente, y que no pocos artistas e intelectuales orientales tienen de Occidente. No pondré ejemplos de lo primero. Creo que sobran. Y de lo segundo, uno leído hoy mismo. El escritor y cineasta paquistaní Tariq Ali acaba de decir en Madrid que España es “un país dividido que se debate entre la Iglesia católica y Almodóvar”. Ante tanta finura en el análisis, sólo cabe reclamar una dosis mayor de mestizaje cultural.

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