Ahora mismo estará tocando en la Jam de Bergara la última -y diría que única, aunque seguro que algún erudito me enmienda la plana- revelación del metal húngaro, Ektomorf. Me han hecho mucha gracia las disquisiciones de su sello, Nuclear Blast, en el intento de definir lo que hacen estos chicos: que si martillazos de rabia, que si velocidad orientada al riff, que si banda sonora para una revolución… ¡Rodeos, señores ejecutivos heavies! Por lo que yo he oído, no hay nada más fácil que describir el estilo de Ektomorf: suenan exactamente igual que Sepultura o, en su defecto, exactamente igual que Soulfly, el proyecto que fundó el vocalista de la bestia brasileña al romper con sus compañeros. Vamos, que haría falta cursar un máster para distinguirlos, excepto en los trozos donde Ektomorf sustituyen la tribalidad amazónica por folclore balcánico, su magistral aportación al génerosepulturero. No me extrañaría que el cantante Zoltán Farkas, este joven tan bien plantado de la derecha, hubiese acudido a su tatuador con una foto de Max Cavalera como modelo.

De vez en cuando surgen grupos así, que van más allá del verbenerismo de las bandas tributo y se consagran a proseguir la tarea creativa de sus ídolos. Yo siempre recuerdo a The Essence, unos tipos de Rotterdam que sonaban tan parecidos a los Cure que habrían confundido al propio Robert Smith. Lo curioso es que no eran malos e incluso tuvieron cierta repercusión en España con su tema ‘A Mirage’, pero su obsesión monomaniaca impedía tomarles del todo en serio (escuchen aquí una versión en directo de la cancioncita). En realidad, The Essence o Ektomorf vienen a ser la élite de esos chavales que, en concursos como el Villa de Bilbao, se dedican a imitar el sonido de Pearl Jam o de Rage Against The Machine como si no les gustase otra cosa en el mundo, como si no hubiesen escuchado nada más, como si no existiese música fuera de su grupo preferido.