Esta es la décima novela de Alicia Giménez Bartlett con el personaje central de Petra Delicado. Hubo además una entrega –justo la anterior– compuesta por distintos relatos breves. En todos los casos, la inspectora está acompañada por Fermín Garzón. Y en este, además, por un colega de los Mossos d’Esquadra, porque se trata de una investigación compartida entre este cuerpo y la Policía Nacional, a la que pertenecen Delicado y Garzón.
Se trata de unos crímenes en los que las víctimas son mujeres cuyos cuerpos aparecen con la cara desfigurada. Junto a los cadáveres, unas notas de amor despechado confirman que se trata del mismo autor. Estamos, pues, ante un asesino en serie en un caso en el que la competencia entre cuerpos policiales aparece sobre la mesa, así como los muy diferentes estilos de Delicado y Garzón por un lado y un inspector joven, trabajador infatigable, metódico pero menos imaginativo que aquellos, por otro. Todo eso da distintas vueltas, siempre narradas con la voz un tanto ácida de Petra y su sentido del humor un punto disolvente. Y con un trasfondo que se va descubriendo a medida que avanza la lectura: la soledad. Ahí está la clave del relato, que Giménez Bartlett retrata: la soledad que a tantos atenaza y que obliga a una búsqueda de compañía que a veces implica algunos riesgos.
Petra Delicado parece desorientada, como si estuviera cansada en algunos momentos, pero por supuesto será capaz de hallar una luz en un caso oscuro, una pequeña llama pero lo suficiente para desenredar la madeja. En el camino contará con la inestimable ayuda de quien menos podía esperar: su suegra. Los seguidores fieles de las novelas negras de Giménez Bartlett disfrutarán de principio a fin y los que aún no las conocen tienen un buen punto de partida.
(Publicado en elcorreo.com)