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César Coca

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Envidia en la Escuela de Arte Dramático

Hace un par de días estuve varias horas en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad) de Madrid. El motivo de mi visita era hacer una entrevista pero tuve la oportunidad de recorrer las instalaciones y observar cómo es el ambiente allí. Y lo que vi me dio mucha envidia.
Me la dio ver el entusiasmo de los estudiantes, su vitalidad, la sonrisa con la que casi todos iban de un sitio para otro o realizaban sus tareas: desde barrer un escenario donde poco después iba a tener lugar una representación –y lo hacía el director de la función– hasta trasladar cajas con elementos escénicos o vestuario. Parecía un episodio de Fama: vi a un estudiante bailar, literalmente, mientras esperaba a que le dieran la llave de un aula.
Me la dio el magnífico ambiente, distendido, de charla, casi de celebración por estar allí que había en plena recta final del curso, cuando en cualquier centro académico se nota la tensión de la proximidad de los exámenes o las pruebas de evaluación.
Y me la dio ver cómo los jóvenes empleaban el tiempo de las esperas no en enviar mensajes con el móvil o leer la última chorrada que alguien ha puesto en las redes sociales, sino en conversar entre ellos y leer libros. Libros de teatro y novelas. Libros, por cierto, en el tradicional formato de papel. Les aseguro que eran uno o dos. Fueron muchos, decenas, los que vi enfrascados en la lectura mientras tomaban el sol en la puerta de la Escuela o esperaban el comienzo de la clase. Un espectáculo singular porque en la Universidad española que un alumno lea un libro empieza a ser una rareza.
Estuve en la Resad y me dio envida lo que vi.