>

Blogs

César Coca

Divergencias

Twitter, el ruido y la furia

¿Es posible argumentar en 140 caracteres? Vengo haciéndome la pregunta desde hace tiempo, mientras observo las discusiones que se plantean en las redes sociales y más concretamente en Twitter. ¿Es posible que surja la luz de diálogos multilaterales en los que cada uno entra y sale cuando le da la gana, incorporándose en un punto del debate donde ya se han tratado muchas cosas o ignorando las claves particulares y las complicidades que a veces manejan dos personas pero a las que son ajenas las demás?
Twitter es la apoteosis del eslogan. Casi nadie lee los enlaces que a veces se incluyen porque la propia velocidad que se quiere imprimir a la discusión lo impide. Y, como es imposible un razonamiento mínimamente sofisticado en tan poco espacio, la tendencia natural es a la exageración y el grito. La ironía está proscrita porque nadie la percibe. El humor se entiende mal, si se entiende. El contexto apenas si lo ven unos pocos porque para cuando se incorpora la mayoría ha desaparecido decenas de tuits más abajo y nadie se molesta en retroceder. Sin contar que muchos de esos tuits son contestaciones a otros que son imposibles de descifrar sin los que les han dado origen.
Así las cosas, todo favorece la acritud y el trazo grueso, el insulto y el peloteo más descarado, y cada participante en una discusión va elevando el tono (vamos elevando el tono) hasta generar un ruido insoportable. Por eso es demasiado habitual que personas inteligentes y cultas terminen desbarrando y adoptando un tono que jamás sacarían a la luz en un foro de debate en el que todos estuvieran viéndose las caras.
Lo que me lleva a la cuestión del anonimato de muchos participantes en esa red social. La convivencia en la misma de personas perfectamente identificadas con su nombre y su ocupación junto a otras de las que no se sabe ni una cosa ni la otra añade confusión al ruido ya existente. Quien no está identificado puede permitirse exabruptos, boutades y salidas de tono a los que deben renunciar quienes ponen su nombre por delante.
Y luego está la imposibilidad de debatir con quien no acepta referencias autorizadas. Esas personas a las que, si se les recomienda una lectura para aclarar un tema, contestan que hay quien todo lo resuelve diciendo a los demás lo que deben leer. Ahí el debate termina, porque el ruido llega a su apogeo máximo. En ese caso, lo mejor es empezar a pensar en una versión moderna del tango Cambalache, adaptada a las redes sociales.
Vattimo propone el concepto de pensamiento débil para hablar de una sociedad con múltiples ejes creativos y necesitada de combinar todas las influencias. Creo que se apresuró al adjudicar una denominación tan espléndida a una realidad como esa. El pensamiento débil está en Twitter. Allí todo es ruido y furia.