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César Coca

Divergencias

Sean concisos, por favor

Nadie tiene tiempo para nada. Desde hace al menos tres décadas el concepto de sociedad de la prisa es un lugar común, uno de esos tópicos que más bien son axiomas, verdades que no necesitan demostración. No tenemos tiempo para charlas reposadas, para pasear relajadamente, reflexionar o preguntarnos sobre nuestro lugar en el mundo. Vivimos en medio de una vorágine, con tantas tareas pendientes –obligadas o autoimpuestas, da igual– que la falta de horas en el día no es una disculpa, es una realidad.
En ese contexto, parece que debería imponerse la concisión: decir más con menos. En todo. Y no es así, sobre todo en el ámbito de la cultura, que es uno de los más afectados por esa falta de tiempo.
A los hechos me remito: ¿no han notado que hay una tendencia general en el cine a estrenar películas demasiado largas, filmes con demasiados minutos para la historia que cuentan? Tengo la impresión de que, durante muchos años, los productores han hecho de editores, acortando filmes que sus directores pretendían interminables. Se ve con toda claridad cuando se edita en vídeo la versión del director: en la mayoría de los casos, es más farragosa que la original y está poblada de detalles innecesarios que terminan por lastrar la historia.
Qué les voy a decir de las series de TV: a medida que se van rodando episodios, sobre todo si alcanzan la segunda temporada y sucesivas, los argumentos giran sobre sí mismos, aparecen personajes que nada tienen que ver con el eje narrativo, hay más y más diálogos carentes de sentido… Hay que alargar la producción como sea, y la primera víctima es la concisión.
En literatura pasa lo mismo. Hay muchos libros en el mercado a los que les sobran páginas. A veces, no pocas. Libros de 700 páginas que estarían mejor con cien o doscientas menos, porque hay escenas, subtramas y personajes completamente prescindibles, que lo único que hacen es distraer. Y en periodismo –para que no me digan que veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio– sucede tres cuartos de lo mismo. Todos hemos aprendido en la Facultad que una de las características del lenguaje periodístico es la concisión, pero lo estamos olvidando. De ahí esos textos alargados artificialmente, con declaraciones carentes de valor, datos insignificantes y sucesiones de tópicos y frases hechas. Con frecuencia, empleamos 100 líneas para contar algo que estaría mucho mejor dicho en 50.
No sé quién dijo que el escritor –o el periodista, el cineasta, pongan lo que quieran– que pretende contarlo todo no es un buen narrador, sino un pesado. Por favor, sean concisos, que no tenemos todo el día. Seamos concisos.