Viajaba hace unos días en el metro cuando una mujer sentada a mi lado sacó un libro del bolso y se puso a leer. Cuando vi el título del volumen no supe si echarme a reír o salir corriendo. Acceder a sus vidas pasadas. Guía práctica para conocer sus anteriores reencarnaciones. Ese era el título del libro que la mujer empezó a leer con avidez. Me bajaba en un par de estaciones, así que descarté la huida, seguí en mi asiento y empecé a pensar en que conozco a un puñado de personas –algunos profesores; otros, no– que han trabajado durante años investigando con seriedad sobre temas que tienen alcance académico o cultural y han sido incapaces de publicar esos volúmenes. Es decir, que el fruto de un trabajo serio y concienzudo no halla salida pero las fantasías elaboradas para crédulos de toda condición sí tienen el honor de ocupar un sitio en las librerías y el ISBN.
Es extraño este país. Hace apenas unos días volvió a la prensa ese investigador (él se define así) que ha descubierto que Santa Teresa, Cervantes y Colón eran catalanes y que el Quijote fue escrito originariamente en esa lengua. Pues vaya sorpresa, porque pocos libros habrán generado más estudios a lo largo de los últimos cuatro siglos y nadie había reparado en ello. ¿Conspiración españolista? Todo es posible, pero una parte sustancial de esos estudios han sido realizados por autores no españoles… que podrían haber sido comprados por el Estado. Ya.
Es decir, que puede usted ser un honrado investigador que trata sobre asuntos de popularidad escasa y puede que nadie le financie su trabajo o le organice un curso de verano. Pero si mañana se descuelga diciendo que Shakespeare en realidad era de Orozko y escribió Hamlet en euskera no le van a faltar patrocinadores. Ni avezadas periodistas que le hagan reportajes en televisiones públicas diciendo que menos mal que quedan gentes honestas para contarnos la verdad, porque si no viviríamos bajo el yugo anglosajón aliado al imperialismo español, que nos han mantenido en el engaño sobre el bardo inmortal.
Lo mismo sucederá si usted ha dedicado buena parte de su vida a formar parte de un grupo político situado en un extremo ideológico. Incluso si ha tomado las armas. Si mañana se pasa al otro extremo, reescribe la Historia y dice que estos con quienes está ahora son unos santos, a contracorriente de prestigiosos historiadores, tiene asegurado un lugar de honor en muchas tribunas. Da igual que sus teorías no se sostengan, incluso que carezca usted de antecedentes investigadores. Por fin alguien que dice la verdad, proclamarán muchos a los cuatro vientos.
Y qué decir de una pintora aficionada que destroza un cuadro y que en unos días convierte su pueblo en lugar de peregrinación de miles de personas que en su vida han visitado un museo. O de esos vendedores de fraudes de todo tipo (desde lectores de manos hasta mediums capaces de oír a los muertos, sin olvidar los que liberan de malas energías y los comercializadores de hierbas contra las enfermedades más terribles), que encuentran acomodo en universidades, cursos de verano y foros de todo tipo, con frecuencia subvencionados con dinero público. Que para eso no hay crisis.
Este es un país muy extraño. En otros sitios se persigue a quienes niegan el Holocausto, se intenta impedir a los vendedores de remedios para todo que engañen a los incautos y se desenmascara a los investigadores de pacotilla. Aquí no. Aquí siempre hay un ignorante o alguien a quien le viene bien el engaño dispuesto a promocionarlo, despreciando miles, o millones, de horas de trabajo riguroso. Así nos va.