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César Coca

Divergencias

¿Por qué aquí no tenemos ministros como Malraux?

En muchos pueblos y ciudades de Francia hay placas en honor de André Malraux. Le agradecen, sobre todo, su tarea en pro de la conservación y revalorización de su patrimonio histórico y artístico. Lo he visto días atrás y he sentido una enorme envidia.
Malraux, en cuya biografía conviven las facetas de aventurero, saqueador de patrimonio arquitectónico, militante en favor de la República española, prisionero de guerra, novelista y luego imponente ministro de Cultura (también lo fue de Interior), es un personaje lleno de contrastes. Pero nadie, absolutamente nadie, deja de reconocer su ingente labor en defensa de la cultura francesa y en la promoción de los jóvenes artistas y creadores de su país. Ni su confianza en los grandes nombres de las distintas disciplinas, a quienes puso al frente de numerosas instituciones relacionadas con las mismas.
¿Por qué no hemos tenido aquí un ministro de Cultura como Malraux? Y, por favor, no me digan que en Francia también ha sido una excepción porque no es cierto. Allí han tenido unos cuantos titulares de esa cartera que gozaban de prestigio antes de llegar al cargo y que hicieron cosas muy notables una vez en el mismo. Estoy pensando en Jack Lang, por ejemplo.
A lo que iba. En España, tanto en el Gobierno central como en los autonómicos, los titulares de la cartera de Cultura han sido, en general, gente de poco o ningún peso político y con frecuencia personas de escaso relieve profesional cuya gestión ha estado a la altura esperada: ha sido mala o muy mala. Es cierto que ha habido algunas excepciones, no muchas, de ministros y consejeros que lo han hecho con dignidad. Aunque son eso, la excepción.
Pero incluso esos que han cerrado su paso por el cargo con una nota al menos aceptable no figurarían nunca entre quienes merecerían el honor de tener una placa en nuestras calles y plazas. Aquí ha habido ministros y consejeros a quienes se ha ordenado recortar su presupuesto en un 25, un 30 o incluso un 40% en un solo ejercicio, y no se han negado o, en su defecto, no se han ido dando un portazo. Más bien, lo contrario: hemos tenido responsables de Cultura inanes, sectarios hasta la náusea, a veces incluso perfectos indocumentados de los que avergonzarían a un bachiller un poco listo.
Lo comentaba días atrás con algunos compañeros y uno hacía una reflexión interesante: una persona de prestigio dentro del mundo de la cultura, con experiencia en la gestión y un amplio conocimiento de ese ámbito, no podría sentarse nunca en un Consejo de Ministros o de Gobierno. ¿La razón? Que se abochornaría de no pocos de sus compañeros en ese consejo. Le di la razón a mi compañero porque creo que está en lo cierto. ¿No les parece?