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César Coca

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Un año más, los premios Príncipe de Asturias

Acaba de empezar la serie de los premios Príncipe de Asturias con el correspondiente a las Artes, que como todos ustedes saben ha recaído en Rafael Moneo. Estos galardones quieren ser algo así como los Nobel españoles, en el sentido de que se conceden en España, porque los premiados suelen tener un perfil claramente internacional. No empezaron así. Recuerden que  durante años el de las Letras, por ejemplo, se concedió a un escritor en español, con lo que se solapaba de manera más que evidente con el Cervantes.

Los premios tienen ya 30 años así que podemos pensar que están consolidados. Otra cosa es que exista una gran coherencia interna en el palmarés, algo que es por lo menos discutible en alguna de las modalidades. Todos los galardones de este tipo, y aquí por supuesto se incluyen también los Nobel, tienen sus pecados veniales y hasta mortales si se examina la lista de distinguidos con una cierta perspectiva histórica. Pero algunas decisiones tomadas por los jurados del Príncipe de Asturias han sido desconcertantes. Por centrarnos solo en los relativos a ámbitos de la cultura, todavía hay quien sigue sin recuperarse del galardón de la Concordia concedido en 2003 a la escritora J.K. Rowling. Y el de las Letras del año pasado para Leonard Cohen también es discutible, con la gran cantidad de grandísimos escritores que hay que aún no lo han recibido.

Lo que sucede es que muchos premios, y los Príncipe de Asturias están en ese grupo, requieren cada año de una dosis de glamour. Seguramente así se explican algunas decisiones de los jurados. Si en vez de examinar la lista de galardonados por especialidades, cogemos los premios año a año, vemos enseguida dónde está ese glamour. No es un criterio válido desde el punto de vista de la cultura, pero es el aire del tiempo que nos ha tocado vivir.